Hoy 25 de noviembre de 2021 se celebra el día mundial de rechazo de la violencia contra las mujeres. El que anualmente tengamos un día para tener más presente esta terrible lacra que padece la humanidad desde la noche de los tiempos, es la señal de que aún queda mucho por hacer. Las víctimas mortales a causa de la violencia de género en lo que va de año hasta noviembre de 2021 ascienden a 37, según el último balance del Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes e Igualdad. Van más de mil mujeres desde 2003 (1113), a las que un asesino les arrebató la vida. ¿Cómo es posible que este genocidio no acabe? En 2019 Amnistía Internacional publicó un informe sobre la violencia contra las mujeres. (https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/espana/violencia-contra-las-mujeres).
Más allá de las cifras descarnadas, de palabras grandilocuentes, de discursos de politiqueros de ocasión, de lamentaciones y golpes de pecho farisaicos. Más allá de culpabilizar a “entes” perversos de esta tremenda sangría, acompañada de trágicas consecuencias para familiares de las víctimas, de las hijas e hijos huérfanos, testigo en ocasiones de una violencia imposible de borrar de sus tiernas mentes infantiles y que les acompañará durante toda la vida, cual castigo divino eterno. Más allá de normas y reglamentos que pretenden actuar sobre los macabros efectos, sin mucha voluntad de hacerlo. Es hora de actuar. Y para ello es indispensable identificar las causas que provocan esta “orgía de sangre”. Cualquier indicio de menosprecio, de minusvaloración de cualquier persona, con mayor vera si es mujer, debe ser identificado y sancionado, social, política y judicialmente. Si en lo pequeño, en lo cotidiano, se instala un exquisito respeto por el otro, conjurado estará el ir a mayores.
No es posible seguir manteniendo en la vida cotidiana con normalidad una violencia machista de “bajo nivel” en las relaciones sociales de compañerismo o pareja. Urge identificar tempranamente los componentes psicológicos que permite generar asesinos de mujeres. Infancias desestructuradas, figuras maternas complacientes hasta el extremos, figuras paternas violentas y autoritarias… Porque al final reza aquello de que “la maté porque era mía”. Una malsana concepción de poder sobre la pareja femenina, sobre una mujer considerada objeto está en la base del maldito acto supremo de quitar la vida. De arrebatarle todo a una persona. Y cuando en los juicios los asesinos pretendan mentir hasta el absurdo, como el reciente caso del acusado que pretende justificar el haber causado 83 puñaladas a su mujer argumentando que fue en un “forcejeo”. Que sus mentiras sean agravantes para fijar las penas que deben estar en consonancia con el inmenso daño causado.
Y mucho de estos comportamientos y marcos familiares generadores de personalidades psicopáticas se detectan en las aulas de los centros educativos. En esa etapa educativa es donde se deben de disponer de recursos humanos tanto de orientación como de trabajo social que actúen eficazmente en la conformación de la personalidad de aquellos que llegado el momento deben comportarse humanamente y de esta forma el asesinato, no sólo de mujeres, dejará de ser una lacra social, ya que es preciso enmarcar la violencia contra la mujer, en el contexto más amplio. La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), viene publicando anualmente un informe y en 2014 afirmaba que casi el “95% de los homicidas a nivel global son hombres.”. En 2016 la periodista Margarita Rodríguez, para la BBC, se preguntaba ¿Por qué las mujeres matan menos? Sería magnífico que dentro de no mucho pudiéramos tener una cita con la Vida cada 25 de noviembre.
Fdo Rafael Fenoy