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Diego Brenes, 'Kiriki': "Mi primer sueldo fue de siete pesetas que agarré como un tesoro"

Diego Brenes Ponce, ‘Kiriki, recientemente galardonado con el Premio a la Promoción Turística de Conil, nos habla de sus inicios y de su vida como emprendedor

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Diego Brenes.

Diego Brenes.

Diego Brenes.

Diego Brenes.

  • "Me hice el loco y me fui por ahí. Como no tenía medios, por mediación de un amigo, me metí de polizón en un barco en Cádiz y me fui a Canarias"
  • "Es necesario tener constancia. Tener fe. Hay que luchar por tus sueños. Yo he sido emprendedor porque no he tenido más remedio..."

Cuando se habla de Conil y de su éxito socioeconómico, suele decirse, tanto fuera del pueblo como dentro del mismo, que una de las claves, quizás más importante, es el espíritu emprendedor de sus vecinos y vecinas. Espíritu emprendedor y capacidad de trabajo, a lo que se suma una conciencia de pueblo que logra que se camine de la mano, unidos tras un objetivo común. Que a fulano le vaya bien nos beneficia a todos, así que siempre contará con nuestra ayuda. Si a ello se le une un entorno privilegiado, una gastronomía envidiable y una historia milenaria, el resultado es el Conil que hoy todos conocen y tratan de imitar. Un Conil que es referente de un sector tan competitivo como es el turístico.

Los comienzos fueron buenos. Venían los autobuses con gente para bañarse los fines de semana, sobre todo los domingos. Aquí teníamos pescadito frito de la costa, filete con papas, huevo fritos… comida normal, no había ni entrecot, ni solomillo… el atún rojo era un plato más, no tenía la fama de ahor

Espíritu emprendedor y capacidad de trabajo que también sirven para describir a Diego Brenes Ponce, ‘Kiriki, recientemente galardonado con el Premio a la Promoción Turística de Conil. Un hombre que ha sido pionero en muchos aspectos, siempre ligado al turismo y la hostelería y la restauración. Un hombre cuyo esfuerzo ha obtenido recompensas que van más allá de su propia generación.

Acompañado de su mujer, llega temprano y puntual a nuestra cita en el mítico Restaurante Los Corales, en el Paseo Marítimo de Conil. En lo primero que me fijo es en sus manos porque las manos nunca engañan y las suyas acumulan horas y horas de trabajo, las suyas están curtidas desde su más tierna edad. Luego observo su rostro… un rostro de otra época, cuando los negocios se cerraban con un apretón de mano y lo único innegociable era la filosofía del trabajo duro. Una época complicada, humilde pero que también era propicia para aquellos emprendedores capaces de adelantarse al futuro sin mirar el reloj.

Diego Brenes.

Diego Brenes es “hijo de Conil. Nací de una mujer de la mar (Catalina) y de un hombre del campo (Manuel). Nació un 8 de diciembre de 1944. Su infancia “fue corta porque con diez años ya estaba trabajando, fregando vasos en la Venta El Canario”. Su primer sueldo: siete pesetas que agarró “como si fuese un tesoro” para luego dárselo a su madre… “se le saltaron las lágrimas y se fue a pagar a una tienda de comestibles que había en la Casa de Postas”, recuerda con nostalgia y cariño.

Vivía en la Lonja, cerca de una fábrica de yeso por encima de la Casa de Postas… hasta cuando cumplió los 16 años y decidió labrarse un futuro lejos de Conil. “Me hice el loco y me fui por ahí. Como no tenía medios, por mediación de un amigo, me metí de polizón en un barco en Cádiz y me fui a Canarias. Y allí, en Las Palmas de Gran Canaria me coloqué en el bar Astoria cocinando tapas. A la siguiente temporada trabajé en un hotel cerca del aeropuerto, donde hice mis pinitos en la cocina”, recuerda Diego Brenes.

De Suecia a Marbella y de vuelta a Conil

Tras su paso por las islas, se marchó “al extranjero. Suecia, Alemania, Finlandia, en la frontera con Rusia…”, y tras ese periplo, a los 21 años, regresó, con mucha experiencia en el sector de la hostelería, “siempre en la cocina”, para instalarse en una Costa del Sol en plena ebullición y que era uno de los centros neurálgicos del boom turístico nacional que llega hasta nuestros días. “Llegué cuando se estaba empezando a construir Puerto Banús”…

En Marbella, tras realizar unas pruebas, se hizo con una plaza como jefe de cocina en El Tres Coronas. Tras el primer año le concedieron, en un acto en Torremolinos, el Primer Premio de Gastronomía por “un plato de un lenguado relleno, el primer premio que había recibido en mi vida”.

Pasaron los años y “durante las primeras vacaciones” como un hombre casado (con Merchora Ramos Pajera), “vine a Conil y me compré un local comercial” donde hoy están Los Corales. “Cuando mi padre se enteró, me pegó una guantá (risas), diciendo que me habían engañado, que por aquí pasaba el río y olía mal. Es verdad que nadie lo quería, que no valía nada, pero me costó 800.000 pesetas para abonarlas en diez años”. Hablamos del año 1969, 1970…

Un local que amuebló con “el mobiliario de un camping que se vendía en Marbella. Compré las sillas, las mesas, las ventanas… con eso abrí Los Corales”. Y es que la empresa sueca para la que trabajaba en Marbella quería destinarlo de nuevo a Canarias para abrir un hotel, pero “ya tenía mi niña, mi mujer, mi vida aquí y no me era posible irme allí. Así que me lié la manta la cabeza y me vine para Conil, que era realmente lo que yo quería”.

Por aquellos años, Los Corales estaba rodeado de albero con el cauce del río Salado entre el restaurante y la playa… “había un puente para cruzarlo”. A los lados, “huertos de boniatos”… de ahí el enfado de su padre.

A los dos meses de abrir, sus antiguos jefes vinieron a Conil para “traerme el finiquito. Vino un hombre con un cochazo y fue preguntando por mí hasta que dio con el cabo de los municipales, que me había criado con él, y lo mandó a la playa, a un bar nuevo que habían hecho allí. El hombre vino y me trajo el dinero… ese hombre también se quedó prendado del pueblo y regresó muchas veces al pueblo”.

La experiencia labró el futuro

No podemos olvidar que desde los 16 años, Diego Brenes estuvo viendo cómo estaba evolucionando el sector turístico, impregnándose de la experiencia que se vivía en zonas pioneras como las Islas Canarias y la Costa del Sol… “así, que claro, yo sí creía que aquí en Conil también había futuro y que se convertiría en un pueblo turístico”, tal y como se ha demostrado con los años.

“Conocía la Costa del Sol y sabía que había futuro en Conil, pero sobre todo lo que quería era venirme a mi tierra, era lo que me jalaba”, especifica Brenes.

“Los comienzos fueron buenos. Venían los autobuses con gente para bañarse los fines de semana, sobre todo los domingos. Aquí teníamos pescadito frito de la costa, filete con papas, huevo fritos… comida normal, no había ni entrecot, ni solomillo… el atún rojo era un plato más, no tenía la fama de ahora. Igual que la urta… y el borriquete se tiraba, no lo quería nadie”, rememora con satisfacción.

Pero claro, ya dijimos que Diego Brenes fue bendecido por un espíritu emprendedor, así que a comienzos de 1980, en el local de Los Corrales, quitó el restaurante y montó una discoteca “con aforo para 150 personas”. Fue un éxito total… “un bombazo”… “mi hija se ponía en la taquilla a vender entradas a 50 pesetas cada una con derecho a consumición”. En aquella época “lo que más circulaba eran los billetes de cien pesetas y yo llenaba los sacos de azúcar de taleguilla con esos billetes y los metía debajo de la cama porque no me fiaba ni de los bancos (risas)”.

A los cuatro o cinco años, “empezaron los problemas. Había muchas quejas por el ruido, por el jaleo, por la suciedad. Las calles se llenaban de jóvenes y los vecinos estaban hartos. Así que decidí montar de nuevo el restaurante”. En aquellos años “ya había abierto el Mesón Rompeolas que obtuvo el segundo premio nacional en Vistas Panorámicas. Era precioso. Me dieron 1.200.000 pesetas y con ese dinero pagué muchas trampas que tenía… y que no me las he quitado nunca de encima (sonríe)”.

Diego Brenes.

El Mesón estaba siempre lleno. En Conil cada vez acudían más turistas y “se vivía mejor”. Gracias al Rompeolas y al restaurante Los Corales, “me espabilé un poco. Tenía hasta quince empleados”, aunque la cocina seguía bajo su mando… “me metía allí a las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Dormía un poco y regresaba a las siete de la tarde hasta cierre. El sacrificio era enorme. Muchas horas. Cogía el coche y me iba al Mercado de Cádiz para comprar pescado. Aquí el pescado que había era el que estaba en la playa… la verdura la compraba directamente a las huertas”… vamos, horas y horas y más horas.

“Nunca he estado en el paro. He jubilé sin estar ni un día en el paro. Siempre he estado trabajando. Me sacaba una muela, me daba fiebre y me venía a trabajar”, señala para continuar con su relato de cuando se “espabiló” un poco.

El negocio fue creciendo

Con los dos negocios en marcha, “se me antojó hacer un hotel y le eché valor. Compré el terreno y construí el Hotel Playa Conil, el primero que abrió en el pueblo. Había una pensión en la calle de la Virgen y luego se hizo la pensión Juan de Dios, en la puerta de La Villa. Pero el primer hotelito familiar fue ese. Mi mujer es que la se puso en recepción. Valía unas cien pesetas el día con desayuno incluido”.

El negocio fue creciendo. Todo a base de sacrificio. Un hotel, un mesón, un restaurante… “el volumen de trabajo cada vez era mayor, pero mis hijos habían crecido y me echaban una mano”. Sus dos hijas “siempre me ayudaban y al pequeño lo puse a trabajar con ocho o nueve años. Recuerdo que a los trece le monté un negocio de pollos asados, pollo al nido, filetes de pollo, alitas de pollo... Era un negocio chiquitito, con su terraza y con una cocinera que estaba a su lado. Allí echó el verano y guardaba sus ganancias en un sobre. Así todos los días hasta que llegó la Feria y abrió junto a su madre todos los sobres. Había ganado 1.250.000 pesetas en el verano. Eso con trece años. Ahí empezó él y le pasó como a mí, que no quería una escuela”.

También fue pionero a la hora de montar un Bingo en la localidad. Fue en el Mesón Rompeolas. “Primero tenía un bingo clandestino, al que llamé Real Madrid por mi hijo. Me iba muy bien. Tenía doce canarios, once blancos y uno amarillo. A todos les puse nombre de los jugadores de ese equipo. Luego comenzaron los problemas porque, claro, era clandestino, así que me legalicé… pero fue un error. Ahí ya manda Hacienda. Era muy bonito pero a la gente le costaba entrar en el Bingo por el qué dirán. En esa calle, las mujeres estaban todo el día sentadas en sus puertas y eso les echaba para atrás. Eran otros tiempos. Había que entregar el carnet y eso tampoco gustaba…”.

Por suerte, “llegó un amigo que tenía un bingo en Las Salinas, en San Fernando y me quiso comprar todo el mobiliario del mío. Además, el compró en subasta una casa grande junto al Bingo, en la calle Ortega y Gasset. Así que le dije que le daba las máquinas y lo demás, a cambio de la casa. Y así fue… El montó el Bingo Puerta Cai, en la calle Sacramento (en Cádiz capital), que aún permanece ahí. Y yo me quedé con la casa que es donde vivo actualmente”.

Siempre en primera línea...

Es fácil adivinar que Diego Brenes ha vivido en primerísima persona y en primerísima línea el desarrollo turístico de Conil durante las últimas cinco décadas… “un auge turístico” del que ha participado y ha sido parte fundamental del mismo. Una experiencia y una sabiduría que nunca ha dudado en ofrecer a los demás… “Muchos padres me traían a sus hijos para que les enseñara”, de hecho, “tengo cuatro sobrinos y los cuatro son unos artistas” dentro del sector, jefes de cocina… “una nieta, que es directora de eventos”… Y es que es mucho lo aprendido por Brenes desde que a los diez años se subía en un cajón para lavar platos en la Venta El Canario.

“Nadie daba un duro por mí. Cuando monté Los Corales no tenía ni para dar cambio. Un amigo (Pepe Olmedo, El Sopa) me prestó mil pesetas en cambio. Fui a la Caja de Ahorros de Cádiz para pedir cien mil pesetas y me dijeron que no era fiable. Más tarde, cuando bajo mi cama había sacos de billetes, vino el director diciendo que a mi hijo le había tocado una cartilla con cien pesetas. No la acepté”, recuerda Brenes.

Diego Brenes también fue pionero junto a políticos locales y otros empresarios, a la hora de crear el primer Patronato de Turismo de Conil. De hecho, cuándo aún no se había creado, Brenes acudió con el primer stand que la provincia de Cádiz montó en la Feria de Turismo de Madrid, Fitur… Y es que “fue Conil el primero en montarlo. Estuve ocho días repartiendo atún, mojama, morcilla, longaniza… había colas para coger folletos. Fue todo un éxito”.

Diego Brenes.

A partir de ese año, “un día al mes, nos reuníamos todos los responsables de los bares y restaurantes de la localidad. Era una convivencia que nos ayudó a estar unidos”. Es decir, otra de las claves del éxito de Conil, la unión… “Sí, sí… nunca nos hemos distanciado. Si mi vecino me pedía una caja de cerveza, se la daba. O diez kilos de calamares. Nos ayudábamos los unos a los otros. En otros lados no ocurre. Muchas veces los empresarios no se pueden ver porque piensan que son competencia el uno del otro. Aquí ha sido diferente”.

“Me imaginaba que el turismo iba para adelante. Sabía que éramos fuertes porque veía lo que ocurría en otras zonas. Y aquí lo teníamos todo para triunfar en el sector. Lo mejor, la playa. Esta playa no la hay en ningún lado. Además, de la gastronomía. El problema es que en esas zonas apostaban fuerte por el turismo y aquí no. Los empresarios tenían todas las facilidades. Aquí cuando empezamos todo eran problemas, pero logramos superarlos”, confiesa Diego Brenes.

Jubilado y feliz en su campito

¿Y ahora? “Ahora bien. Yo estoy jubilado. Disfruto de mi campito. Mis hijos se han hecho cargo de todos los negocios, entre ellos una Lavandería Industrial en el Polígono gracias a la cual “ahora se usan manteles de tela. Solo había plástico y papel”.

Para él “Conil lo es todo. No me iría nunca de aquí. Me han ofrecido negocios en Cádiz, en Jerez, en Sevilla. Pero me quedé en Conil y siempre he estado dispuesto a dar consejos a quien me lo pida. Unas veces me hacen caso, otras no. Siempre he puesto sobre la mesa la importancia del turismo para Conil y cuáles eran las necesidades. Eso sí, nunca he tenido nada, siempre he invertido. Ahora mismo Conil está muy bien, pero debería avanzar más. Hay problemas como la falta de aparcamiento. Tenemos que tener un planteamiento más ambicioso, más grande. Y hay que darle facilidad a los empresarios, a los emprendedores…”.

Eso sí, “es necesario tener constancia. Tener fe. Hay que luchar por tus sueños. Yo he sido emprendedor porque no he tenido más remedio, a mí lo que siempre me ha gustado ha sido la cocina. En ella he estado desde las ocho de la mañana, siempre innovando, siempre trabajando porque nunca me he considerado un empresario, siempre he sido un trabajador más de la plantilla”.

Con esta frase nos despedimos. Le dejo en la mesa con un café y con su mujer que me pregunta qué me ha parecido su “novio”… con el que “me he casado tres veces”. Le digo que ha sido un placer mantener esta charla, ella le dice que se meta la camisa por dentro… “he estado catorce años trabajando en Los Corales y once en el hotel”…. Sonríe y en su mirada observo esa satisfacción de quienes saben saborear la recompensa que les ofrece una vida vivida a base de esfuerzo, trabajo y pasión. Una recompensa más que merecida… Vuelvo a despedirme y pienso que el Diego Brenes aún habita aquel niño que fregaba vasos mientras soñaba con viajar por el mundo como paso previo a forjarse un futuro que hoy es su maravilloso presente.

Diego Brenes.

 

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