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Punta Umbría

Los Goya revalorizan una vez más las películas que nadie ve

Los Goya empujan la carrera comercial de buenas películas que pasaron desapercibidas en la taquilla. Pero, ¿quién tiene la culpa: público o cineastas?

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La película más vista en los cines españoles a lo largo de 2011 no fue una superproducción de la Warner o de la Universal, sino de Amiguetes Enterprises, con la que Santiago Segura recaudó más de 18 millones de euros en taquilla gracias a su Torrente 4. Traducido en número de espectadores se ha convertido en el mejor salvavidas de la temporada para el cine español, que puede presumir de una gran aceptación, aunque buena parte se haya concentrado en una sola película. El mérito, en el fondo, es de Segura, no del cine español; entre otras cosas porque el cine español no se identifica con la saga de Torrente. El cine español es mucho más, aunque no se vea, aunque tenga que venir una vez más la Academia, de la mano de los Goya, para revitalizar la carrera de algunas estupendas películas que, por lo visto en la taquilla, no han interesado a mucho público.

En el fondo, los Goya se han convertido en una forma de reconocer y reivindicar la valía cinematográfica de nuestros mejores talentos, como ya ocurriera con La soledad y el pasado año con Pa negre, pero si
removemos en el fondo, la cuestión va más allá, y entronca con el evidente divorcio del público español con las propuestas de calidad de nuestro propio cine, porque el problema no es que Torrente sea la película más vista del año, sino que la que le siga sea Fuga de cerebros 2. Responder si la culpa es del público o de los cineastas puede resultar hasta evidente, aunque también hay que valorar si nuestros creadores renuncian a rebajarse a lo que el público demanda en favor de un compromiso autorial insobornable, o si les cuesta desarrollar un lenguaje en el que lo artístico y lo -llamémosle- popular convivan con el suficiente arraigo de cara al público mayoritario, porque lo primero sería ideal, pero no deja dinero, y el cine, además de arte, es un negocio.

Los Goya, por cierto -y por evidente-, se han olvidado de Torrente, aunque tampoco tenían por qué acordarse de Woody Allen, cuya Medianoche en París solo tiene de español los euros invertidos por Jaume Roures, y poco más -más méritos tenía Sam Sheppard por su papel en Blackthorn que, por ejemplo, Antonio Banderas-. Anécdotas a un lado, las cinco películas elegidas para la traca final -La piel que habito, No habrá paz para los malvados, Blackthorn, Eva y La voz dormida- son una buena representación de la mejor hornada del cine patrio de este año.

Solo las dos primeras lograron buenos resultados en taquilla y, de las dos, es la de Enrique Urbizu la que llega a ese lugar con mayor merecimiento, entre otras cosas porque cuenta con esa aspirable necesidad de saber contentar a amantes del buen cine y el público con palomitas. El galardón va a estar, posiblemente, entre estos dos títulos, aunque son las otras tres las que tienen más que ganar, sobre todo de cara a la taquilla con su recuperación en la cartelera. Blackthorn se lo merece -un más que notable western- y Eva también -ciencia ficción de primer nivel-, mientras que lo de La voz dormida es uno de esos extraños misterios sin resolver -ni el propio Benito Zambrano se lo explica: una gran novela, inmensas actrices, excelente ambientación, un drama en toda regla...-.

Mientras tanto, Santiago Segura lo sigue teniendo claro: donde esté Torrente, que se quiten los Goya.

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