“Somos lo que somos por la interacción de los genes y el ambiente”, advierte este profesor de la Universidad de Irvine (California) y coautor junto a la bióloga Ana Barahona del reciente ensayo El siglo de los genes (Alianza), que niega además que la genética sea determinista.
“Las personas no se pueden clonar, los genes sí. Para clonar a una persona, los genes tendrían que estar expuestos a los mismos ambientes, desde el seno de la madre, algo imposible”, dice este ex dominico, de 75 años, nacido en Madrid y estadounidense de adopción.
A pesar de ser reconocido experto en evolución, no se atreve a vaticinar cómo será el hombre (si es que sobrevive) dentro de millones de años. “Ni idea”, reconoce, para subrayar que la especie humana ha “trascendido” a la evolución biológica.
A pesar de ser un animal tropical, el hombre vive en zonas frías, “pero no porque los genes se hayan adaptado, sino porque tenemos un método más eficaz: modificamos el ambiente a las necesidades de nuestros genes, creamos la temperatura ideal donde vivimos”.
La genética ha sido generosa con Ayala, que mantiene a su edad una actividad sorprendente, con constantes clases y charlas a ambos lados del Atlántico, que han ido a más este año, en el que se celebran 200 años del nacimiento de Charles Darwin.
Precisamente acaba de prologar una nueva edición de El origen de la especies, obra capital del naturalista inglés, quien según Ayala estaría “encantado” de participar en el debate que una vez más mantienen religión y ciencia, a pesar de que el biólogo victoriano “no era practicante, ni tenía la imagen de un Dios personal”.
El científico de origen español rehuye contestar si mantiene su fe –“eso es algo que sólo me incumbe a mí y a mi familia”, apunta– pero no evita arremeter contra quienes se inmiscuyen en campos que no les competen, procedan de sacristías o de laboratorios.
Para Ayala, la ciencia no debe saltarse nunca sus barreras éticas, “mentir” o intentar, como pretenden algunos, confirmar si Dios existe, o no, por medio de la contemplación de la naturaleza.
En su punto de mira pone a los pseudocientíficos del “diseño inteligente”, que consideran que la vida biológica es tan compleja que no puede ser resultado del azar y que es fruto de la planificación de un ser inteligente: Dios.
De hecho, tacha de “blasfemos” a quienes ven a una deidad tras ese ingeniero oculto, “porque el mundo es imperfecto, está muy mal diseñado”, afirma, con parásitos que viven destruyendo a otros organismos, con millones de abortos espontáneos y otros desastres naturales más compatibles con la teoría de Darwin y la selección natural que con una visión cruel de la naturaleza.
“Religión y ciencia son como dos ventanas: nos permiten ver el mundo con dos perspectivas”, resume este antiguo sacerdote cuyo conocimiento de la Biblia le ha sacado de muchos apuros ante los auditorios más integristas.
También advierte de que el creacionismo está desembarcando en Europa y que está muy vinculado con confesiones muy conservadoras “que niegan la ciencia y tienen actitudes oscurantistas” capaces de atribuir a Dios el tsunami que mató a 200.000 personas en el Índico.
Aunque cree que el papa Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, ha sabido mantenerse firme en defensa de la teoría de la evolución, frente a los promotores del diseño inteligente, no comprende la postura vaticana sobre otros asuntos polémicos como su rechazo al uso del condón en el continente africano.