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Sevilla

Feria ¿abierta?

Espadas camufla de fiesta “más social” su idea puramente economicista de abrir las casetas a los turistas. La propuesta del alcalde abre la vía a mercantilizar la Feria de Abril, formalmente prohibida

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  • Casetas -

El alcalde de Sevilla, Juan Espadas, ha abierto un nuevo debate sobre la Feria de Abril,  que unir al que tiene pendiente de cerrar con su prometido referéndum diferido al año 2017 sobre si hay que convertir oficialmente la Preferia en Feria y, por añadidura, si uno de los dos festivos locales ha de incluirse en la misma (como ocurre este año) o mantenerse en honor del patrón San Fernando y en el Corpus Christi.

Espadas se ha pronunciado a favor de que la Feria sea “más abierta si se quiere atraer el turismo”. El regidor se ha expresado en los siguientes términos: “Tenemos que aceptar la crítica de quien viene de fuera respecto a su apertura porque es verdad, y en muchos casos hay quien se puede encontrar desorientado”.

Para evitar que los turistas se desorienten y se harten de dar vueltas en el campo de Los Remedios sin un lugar donde poder hacer un alto, Espadas preconiza que se amplíen los acuerdos que, según ya se reconoce oficialmente ahora, mantienen algunos hoteles con ciertas casetas, especialmente las de mayor tamaño, para enviarles turistas en “determinadas horas del día en las que se quedan vacías”.
En resumen, según el alcalde socialista la Feria de Abril ha de ser una fiesta “más social”.

Modelo cerrado

Es la primera vez, que recordemos, que desde la más alta representación de la ciudad se admite la crítica externa al modelo cerrado de la Feria, en contraste con otras existentes en el entorno, cuando habitualmente a Sevilla le trae al pairo lo que se diga o se opine fuera sobre la ciudad, por considerarse un mundo en sí misma que ha llegado al final perfecto o casi de su propia evolución. Quizás por esa mentalidad imperante, sólo a un poeta sevillano, Fernando Villalón, se le podía ocurrir su famosa frase de que “el mundo se divide en dos: Sevilla y Cádiz”. ¿Qué más da, pues, lo que se diga fuera de nuestro mundo si no existe (casi) más que el mundo propio?

La Sevilla eterna, y a la postre casi toda la restante porque en vez de crear una alternativa a aquélla no ha hecho más que tratar de emularla, ha defendido el modelo cerrado de Feria de Abril por una cuestión de puro concepto: la caseta -se dice- no es más que la  prolongación de la propia casa, una casa que durante una semana se traslada al campo de Los Remedios. La casa -y por tanto su extensión, la caseta- es un recinto privado, al que sólo pueden acceder sus propietarios, su familia y sus invitados. Y para subrayar ese carácter privado de la caseta ferial se contratan porteros o vigilantes jurados, para que la defiendan de potenciales intrusos.

Observadores foráneos de las costumbres nativas ponen de manifiesto cómo los sevillanos aparentan ser muy abiertos y generosos con los demás, especialmente si son forasteros, cuando a la hora de la verdad apenas permiten que accedan a su círculo de intimidad, celosamente guardado.

La casa típicamente sevillana tiene sus puertas abiertas a la calle, como invitando a franquear su umbral, pero, apenas cruzado, la cancela cerrada sólo permite vislumbrar el patio columnado con las macetas de geranios y aspidistras bajo la montera acristalada, sin que se pueda penetrar al interior. La casa, pues, refleja el carácter de quien la habita, con sus puertas abiertas a primera vista pero de inmediato con la cancela fechada con llave: aparecer abierto sin serlo realmente.

Suelo público

El “pequeño” detalle obviado en esa teoría sobre la caseta como prolongación de la vivienda en el Real, y por tanto con el derecho de admisión reservado, es que se levanta sobre un terreno de dominio público, no sobre parcelas de propiedad privada.

Para soslayar el debate de por qué la concesión de ese suelo se renueva automáticamente año tras año a los mismos titulares de casetas en vez de sortearse o sacarse a concurso público, para que así todos los sevillanos tengan igualdad de oportunidades de montar una caseta en la Feria, se mantiene también la doctrina de que cómo sólo la mitad de las 1.051 existentes son exclusivamente familiares, cualquier persona tiene la posibilidad de acceder a través de entidades colectivas (clubes, asociaciones, peñas, grupos de empresa…) a una caseta, o en última instancia acudir a una municipal de distrito, como si los 670.000 sevillanos pudieran caber en tan sólo medio millar de casetas.

Espadas habla ahora de convertir la Feria en una fiesta “más social, más abierta”, pero su discurso no está referido a los cientos de miles de sevillanos que, por razones sociales y/o económicas, no tienen acceso a una caseta y han de limitarse a dar paseos -a pie, por supuesto- por las calles del recinto ferial para admirar a jinetes, amazonas y coches de caballos.

Discurso economicista

El alcalde no ha acuñado un discurso social o socialista en el sentido de tratar de democratizar una fiesta que conserva muchos de sus rasgos elitistas originarios, propios del poder adquisitivo de sus fundadores, ya que se trata de un discurso puramente economicista y al servicio del ‘lobby’ turístico (hoteleros y hosteleros), erigidos en el poder fáctico de la ciudad.

La Feria no se pone así al servicio de quienes deberían ser sus auténticos protagonistas, los propios sevillanos, sino de los turistas para que convertida, como preconiza el alcalde, en escaparate turístico (¿otro parque temático más?) sirva para incrementar el negocio de los hoteleros, en cuyo beneficio también Zoido la organizó el año pasado a mediados de mayo sin importar el calor que pudiera hacer por entonces.

Como no podía ser menos, el sector hotelero ha reaccionado calificando de “interesante” la propuesta planteada por Espadas. Así, el gerente de la patronal, Santiago Padilla, ha declarado que esa medida “contribuiría seguramente a aumentar el número de reservas en hoteles”. Padilla incluso ha reconocido que ya hay empresas que están ofreciendo a los turistas pases para casetas de la Feria, un ofrecimiento que no es desinteresado, obviamente, sino que responde a un interés crematístico, con lo cual se está abriendo la vía hasta ahora prohibida de la mercantilización de la fiesta.

“En” pero no “con”

Parece una contradicción, ya que la Feria nació como un evento ganadero para potenciar la compra y venta de reses pero que ha quedado como algo meramente simbólico o residual al elevarse al máximo su dimensión festiva y social. Dentro de los convencionalismos de la Feria, se puede y hasta se debe hacer negocio en las casetas, pero no con las casetas; se puede y se deben hacer tratos mercantiles en la Feria, pero no con la Feria, de ahí que ni siquiera se haya permitido que, por ejemplo, un patrocinador pague los gastos de montaje de la portada a cambio de colocar su publicidad sobre la misma.

Ya el año pasado, sin embargo, una fundación ligada a una antigua caja sevillana lanzó una oferta de comercialización de su caseta para quienes quisieran “disfrutarla con nosotros -decía en su publicidad- en un ambiente inigualable”. La cuota a pagar estaba determinada por el número de pases contratados, a razón de 25 euros por cada pase entre uno y un millar. La cantidad mínima exigida era de 5 pases, por lo que había que desembolsar al menos 125 euros. A partir de mil pases se negociaba directamente el precio de la cuota.

Además, ofrecía la posibilidad de realizar reservas en las mesas de la “zona noble” (sic), previo pago de una cuota extraordinaria de 500 euros por todos los días de la Feria con mesas para un máximo de diez personas, tanto en las comidas como en las cenas, en función de la disponibilidad.

Mayor tamaño

Al socaire del anuncio de Espadas trasciende que ya hay empresas que ofrecen a los turistas comidas o cenas en casetas al precio de 99 euros por cabeza, una práctica que habría que analizar si no consiste en una especie de alquiler encubierto de casetas mientras hay centenares de miles de sevillanos sin ninguna.

El alcalde ha apuntado  que los pases para turistas se acordarán con las casetas de más módulos o mayor tamaño, entre las que se encuentran las de los clubes privados que disfrutan en exclusiva de la margen derecha del Guadalquivir y cuyo estatus privilegiado en la Feria pidió la oposición municipal de izquierdas que fuera revisado por -sostuvo- haber sido otorgado durante el antiguo régimen y para hacer sitio a más casetas públicas, abiertas al disfrute de todos y no sólo de una minoría.

La propuesta de Espadas de abrir la Feria a los turistas abunda en la línea de conceder cada vez más espacio de la ciudad al sector turístico, ora llenando de veladores aceras y plazas, ora metiendo turistas en las casetas sobre suelo público, que de este modo ya no podrían presentarse como una prolongación de las casas familiares, sino como una prolongación de los hoteles.

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