La Basílica de la Sagrada Familia de Barcelona acogerá el próximo sábado 21 de octubre la celebración de beatificación de 109 mártires que, en el marco de la Guerra Civil perdieron la vida por su fe. Entre ellos se encuentra el jerezano José Ignacio Gordon de la Serna.
Bautizado en la parroquia de San Miguel y confirmado en la Basílica del Carmen, el nuevo beato, hijo de productores vinateros y educado en los Marianistas, integró la Congregación de los Luises y estudió Derecho en Madrid antes de entrar en el noviciado en Cervera en 1922 y profesar el 20 de mayo de 1923, Día de Pentecostés.
Llegó a ser superior de la comunidad de Játiva hasta que en 1936 fue obligado a refugiarse en la casa de Valencia. Fue apóstol de sus coetáneos y compañeros. Se le reconoce carácter agradable y trato delicado, se distinguió por su piedad, caridad y humildad, tenía un gran sentido de la austeridad y fue religioso observante y ejemplar.
La celebración en el templo barcelonés de la Sagrada Familia, en la que será beatificado junto a sus compañeros el próximo sábado, estará presidida por el Cardenal Ángelo Amato, prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos.
Previamente, el viernes día 20, habrá una Vigilia de Oración en el Santuario del Cor de María presidida por el padre Mathew Vattamattam, superior general de los Misioneros Claretianos y, al día siguiente de la beatificación, tendrá lugar la misa de acción de gracias presidida por el Cardenal Juan José Omeya.
Biografía
El P. José Ignacio Gordon de la Serna nació el 13 de octubre de 1902 en la ciudad de Jerez de la Frontera de la provincia de Cádiz y diócesis de Sevilla, y fue bautizado solemnemente el día 15 del mismo mes en la iglesia parroquial de San Miguel. Dos años más tarde fue confirmado por el Exc.mo Marcelo Spínola y Maestro, Arzobispo de Sevilla en la iglesia de Ntra. Sra. del Carmen de Jerez el día 13 de octubre de 1904.
Sus padres fueron D. Luis Gonzaga Gordon y Doz, productor y comerciante de vinos, y Dª Josefa de la Serna y Adorno, hija del marqués de Irún, de Sevilla, que murió en 1909. Al P. José Ignacio le hizo de madre su tía Dª. Luisa, hermana de su madre.
La instrucción primaria y el bachillerato los realizó en el colegio de San Juan Bautista de Jerez dirigido por los Religiosos Marianistas, desde 1909 hasta julio de 1920. Estaba integrado en los Luises que dirigía el P. Vives, S.J. A continuación se trasladó a Madrid para hacer la carrera de Derecho.
En Madrid tuvo como director espiritual al P. Antonio Naval. A finales del año 1921 fue a Cervera, lugar lejano de su familia por expreso deseo suyo. Allí inició el noviciado el 1 de marzo de 1922, siendo maestro de novicios el P. Ramón Ribera. Al principio le costó ambientarse al estilo de vida austero del convento, él que había vivido entre comodidades. Le alargaron dos meses de noviciado, de modo que profesó el 20 de mayo de 1923, fiesta de Pentecostés.
Después del verano inició los estudios filosóficos en el mismo centro de Cervera. Allí se dió cuenta de los rigores del clima tan distinto al de Jerez. Era hipersensible al frío, por ello en los crudos inviernos de Cervera se le veía con las manos lastimadas de grietas. Así le escribía a su padre el 24 de noviembre de 1923: «Hace frío y algo fuerte, pero disfruto con él mucho, aunque me hace tiritar no poco. !Hay gustos que merecen palos!».
El día 4 de julio de 1925 se trasladó a Solsona para continuar el estudio de la filosofía.
Terminados los estudios de filosofía, el día 1 de septiembre de 1926, de nuevo volvió a Cervera para cursar la teología. En la primera carta que escribe a su padre desde la vuelta a esta ciudad, 23 de noviembre, le comunica que tiene poco tiempo porque «empiezo ahora los años-tormenta de mi carrera». A mediados del mes de julio de 1927 recibió la primera tonsura y las cuatro órdenes menores de manos del Exc.mo Nicolás González, Vicario apostólico de Fernando Póo.
En enero de 1929 los Superiores pidieron a la Santa Sede dispensa de estudios y de intersticios para que pudiera ordenarse de presbítero y prestar como tal el servicio militar, a fin de aprovechar su título de bachiller en artes para el Magisterio.
En Vich, el 16 de marzo de ese año recibió el subdiaconado de manos del Exc.mo Juan Perelló, Obispo de la diócesis. A los tres meses, el 23 de junio, en Cervera, recibió el diaconado de manos del Exc.mo Ramón Font, Obispo de Tarija, Bolivia, y el 22 de septiembre siguiente recibió el presbiterado de manos del mismo obispo y en el mismo lugar.
En agosto de 1932 fue nombrado superior de la comunidad de Játiva en sustitución del P. Federico Codina, destinado como superior de Cervera. Fue confirmado en el cargo en los nombramientos de 1934 para el trienio 1934-1937. No lo pudo concluir porque en el segundo trimestre de 1936 fue obligado a refugiarse en la casa de Valencia.
Cualidades y virtudes
Desde pequeño luchó por no perder la gracia y fue apóstol de sus coetáneos y compañeros. Por su piedad, sus educadores le escogieron como directivo de la Congregación Mariana. Cuando asistía a las clases de Derecho del catedrático Julián Besteiro, socialista, cuyas explicaciones estaban cuajadas de dislates doctrinales, se afianzó más en el conocimiento de la verdadera fe.
A su entrada en el noviciado mostró su desprendimiento de la familia, pidiendo
ser destinado lejos de su familia. Tenía un carácter agradable y trato delicado. Se distinguió por su piedad, caridad y humildad[1]. Tenía un gran espíritu de austeridad.
Era un religiosos muy observante y ejemplar, muy amante de la Congregación, como ponen de manifiesto sus cartas. Como superior demostró su gran prudencia.
Se preocupó que su apostolado fuera eficaz.
Prisión y martirio
Como se ha dicho antes fue detenido y aprisionado junto con el P. Alonso durante la mañana del 12 de agosto de 1936. Pasó el día en oración y conversación con los otros dos Padres preparándose para el martirio. No se hacían ilusiones de que les dejaran libres.
Al anochecer les dieron de cenar un guiso de patatas con carne, pan y agua abundante. Que apenas probaron.
Ya entrada la noche le llamaron a declarar, a él en primer lugar. El tribunal estaba formado por unos siete, entre los cuales había uno o dos de Játiva. El interrogatorio duró más de una hora y fue enojoso, vehemente y duro, sin excluir los gritos. Las preguntas y la declaración, se puede decir, estuvieron concentradas en tres materias: la familia, su persona y el colegio de Játiva.
Acerca de la familia le preguntaron quienes eran sus padres y hermanos, los títulos nobiliarios, el pueblo de origen, las riquezas que poseían y algunas cosas más, quizás por el dinero aportado por su familia para las obras del colegio.
Sobre su persona: nombre, apellidos, estudios, carreras, ciudad donde las cursó; si era sacerdote, religioso, superior, dónde estaban sus súbditos, de qué bienes disponía y dónde los tenía.
Sobre el colegio de Játiva le preguntaron cómo lo hizo, con qué dinero, qué métodos seguía, cómo trataba a los niños.
Se defendió con energía, entereza y serenidad de las acusaciones a base de calumnias, como cuando uno del tribunal le increpó ¿que cómo tenía sótanos y en ellos atormentaba a los niños?
A lo que respondió dando un fuerte puñetazo en la mesa:
¡Mentira! ¡es una calumnia! Lo pueden comprobar cuando mejor les parezca.
Salió impresionado, pálido y tembloroso. Sin embargo su rostro reflejaba la alegría de un santo y dijo:
Pronto nos juntaremos al coro de los Mártires.
Todavía permaneció dos horas en la cárcel preparándose de manera intensa al martirio. A eso de las 12 de la noche fue sacado con los otros dos Padres y llevado en auto al Palmaret, en el término de Alboraya.
Al descender del auto se abrazó con los otros dos y decía
Jesús mío, en tus manos encomiendo mi alma.
Después de bajar del auto en que les llevaron para fusilarlos, el P. Gordon se dirigió a los milicianos con estas palabras:
Os perdonamos de corazón.A continuación los Padres se dieron mutuamente la absolución. Se pusieron en fila para la recibir la descarga, a oscuras porque apagaron el foco del auto. El P. Gordon quedó herido al cual se le escapaba de vez en cuando un ¡ay! y la jaculatoria ¡Madre mía! que cortaba el silencio de la noche. Así duró unos veinte minutos.
Pasados los veinte minutos, los verdugos encendieron el foco, se acercaron al P. Gordon en el momento en que decía ¡Madre mía!
Uno de ellos exclamó:
¡Aún vive! Y disparándole el tiro de gracia en la cabeza, lo remató.
Su cadáver fue reconocido por el médico y el juez de Alboraya y enterrado en el cementerio de dicho municipio junto con el P. Alonso, como se ha narrado antes.