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Lo que queda del día

El contexto o la memoria líquida

Habrá que ver si el contexto de lo sucedido en Cataluña y la firme y pública defensa de la Constitución quedarán diluidas en la memoria de Pedro Sánchez

  • Pedro Sánchez en La Moncloa. -

Hace unos días me encontré con el siguiente texto: “Les dijo que la astucia debía llevarlos a un triunfo completo y definitivo sobre sus enemigos, sobre aquellos a quienes tenían motivos para odiar. Consiguió, en fin, combinar lo obvio con lo incierto, dándoles esperanzas. El orador o el político capaz de producir efectos semejantes se hace popular entre sus contemporáneos, independientemente de cómo sea tratado por la posteridad”. Si no fuera porque se trata de un párrafo escrito hace casi dos siglos por James Fenimore Cooper para describir el discurso del jefe de los hurones sobre otras tribus indias, podría servir igualmente para retratar cualquier acto independentista en Cataluña las fechas previas al 1-O o las arengas dictadas tras la resolución judicial sobre el procés. Valga la descontextualización de unas líneas para contextualizar un presente reciente ante tan repentino olvido en aras de una negociación.    

Otro paralelismo. Está a punto de cumplirse un siglo de la primera película de Buster Keaton. Se titulaba Una semana. En ella, una pareja de recién casados recibía como regalo de bodas una casa prefabricada; sin embargo, un vecino manipula los números de las cajas para invertir el orden de montaje y provocar una catástrofe: la casa hace aguas por todos lados. Algo similar acaba de ocurrir en la parcela sobre la que Pedro Sánchez pretende construir su futuro gobierno, salvo que en su caso quienes se han colado han sido los vecinos nacionalistas, más o menos independentistas, para invertir el sentido de la Constitución Española y describirla como “franquista” y “antidemocrática”, epítetos reduccionistas bajo los que hoy cabe describir cualquier actitud que disguste a los “diferentes”, como los ha llamado el propio Sánchez.

La Constitución Española, el principio más sólido sobre el que hemos levantado nuestra democracia, tal vez necesite alguna reforma o actualización puntual, siempre que no traicione o afecte a su espíritu original, pero lo que no cabe permitir es que se la tome por una realidad líquida, y prueba de ello es que después de 41 años no se ha desvanecido, por mucho que entristezca ver a quienes pretenden sabotear su conmemoración; tanto, como escuchar al presidente hablar del “espíritu de entendimiento” que alberga la Carta Magna al mismo tiempo que su partido se cita para esta próxima semana en Barcelona con los que la califican de... “franquista”, por supuesto.

Esa Constitución que nos han invitado a leer y a celebrar desde los colegios y los ayuntamientos durante las últimas cuatro décadas, es la misma que hoy nos lleva a aceptar el resultado de unas elecciones, que es el de la voluntad de una colectividad; a respetar las leyes; a reivindicar derechos fundamentales; en suma, todo eso que definimos como orden constitucional. Y, efectivamente, en las actuales circunstancias, lo legítimo y razonable es que el PSOE busque los apoyos que necesite para investir presidente a su candidato dentro de las fuerzas del arco parlamentario, comenzando por las que considere más próximas. Hay algunas que no lo parecen -en ese caso, el pragmatismo de Felipe González creó escuela-, pero la auténtica cuestión reside en si habrá entreguismo o no a ERC, en si el contexto de lo sucedido en Cataluña y la firme y pública defensa de la Constitución quedarán diluidas en la memoria de Pedro Sánchez y su equipo negociador.

Para cerrar el acuerdo, más allá del debate y las concesiones de uno y otro lado, tampoco hay soluciones mágicas, sólo matemáticas, y todo apunta a que Pedro Sánchez quiere avanzar y enfrentarse a la cuadratura del círculo: al líder socialista no le vale con ser presidente, sino que quiere aprovechar la oportunidad para relegar a las principales fuerzas de centro derecha a un protagonismo secundario, aunque sea a costa de un peligroso aliado. En el fondo, su estrategia difiere poco de la utilizada hace unos meses, y con funestas consecuencias, por Albert Rivera; otro que supo anteponer sus intereses propios a los del Estado para trazar un plan que sólo funcionaba en su mente, no en la de los votantes españoles.

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