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Atando Cabos

Hacer el ridículo

Ahora que ridículo, ridículo, un hospital sin quirófanos, sin médicos, sin enfermeras... Y no pasa nada, qué va a pasar, si lo perdonamos tod

Publicado: 09/12/2020 ·
10:57
· Actualizado: 09/12/2020 · 10:57
  • Hospital de pandemias y emergencias Isabel Zendal. -
Autor

Remedios Jiménez

Licenciada en Historia, docente y verso suelto

Atando Cabos

Una mirada sobre lo que nos pasa día a día, bajo los titulares de la incesante actualidad

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Quién no ha escrito una almibarada redacción titulada por ejemplo: “Un día en la sierra”. Luego la recordamos con vergüenza, pero para qué. Todas y todos tenemos un cupo de tonterías que llevamos dentro, según vamos sacándolas, menos nos quedan. Recuerdo que se lo decía a mis alumnos cuando daba clases para que no temieran expresar lo que pensaban.

El ridículo hay que llevarlo con orgullo, porque poca humanidad tiene quien no ha caído nunca en él. Un día jugando al elástico yo le dije a una compañera que podía saltar muy alto, lo habría soñado, pero me sentía capaz y les dije que subieran la cinta hasta sus axilas. Podéis imaginar lo que pasó si yo no pisaba ni cuando lo ponían por la rodilla. Cuando cantaban: “Inés, cuántos hijos vas a tener…”. Yo me quedaba en los que tengo: dos. Saltar no era lo mío, en cambio tenía una bicicleta sin frenos con la que podía lanzarme por cualquiera de las cuestas de mi barrio.

Las primeras veces de la regla las recuerdo con horror, de pronto me encontraba en clase  con una mancha de sangre en los vaqueros. Menos mal que siempre había un alma caritativa que me prestaba un jersey para que me tapara y me fuera corriendo a mi casa con una vergüenza terrible.

Entre las cosas que tampoco son lo mío está bailar. He tenido que llegar a adulta para que mi hijo me desvele la dura verdad: “Mamá, tú no bailes que no sabes mover ni la cabeza”. Así que un día de talleres para la mujer en  que me metí por equivocación en uno de baile, yo no sé lo que me vieron hacer las criaturitas que me acompañaban, yo todavía tengo pesadillas.

Con los años hago el ridículo con más frecuencia pero me perdono con facilidad. Es verdad que después me llevo unas cuantas horas repitiendo en mi mente las empalagosas, crueles, extravagantes, grotescas y rancias palabras, que he soltado inconscientemente, no lo puede evitar. Pasado ese pequeño duelo ya estoy a otra cosa, en unos días ya no me acuerdo, a no ser que haya sido muy gordo. Si dejo de ver mucho tiempo a la persona a la que se las dije, es peor, la cosa se enquista y soy capaz de entrar en un bar cualquiera para no cruzármela por la calle.

Ahora que ridículo, ridículo, un hospital sin quirófanos, sin médicos, sin enfermeras... Un aeropuerto al que no llegan viajeros y se lo comen las hierbas. Y no pasa nada, qué va a pasar, si lo perdonamos todo.

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