El tiempo en: Conil

Notas de un lector

El ovillo del tiempo

La pulsión literaria de María Jesús Ortega no ha dejado de latir, de crecer con la misma ilusión de sus iniciales escritos

Publicado: 19/01/2021 ·
16:11
· Actualizado: 19/01/2021 · 16:11
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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     En el año 2006, al hilo de la publicación del primer poemario de María Jesús Ortega, “Toque de arrebato”, escribí en su prefacio que el lírico credo que abarcaba la memoria y el presente de la autora, erizaban su piel pretérita y se enroscaban en un hoy laberíntico y llameante. Década y media después, su pulsión literaria no ha dejado de latir, de crecer con la misma ilusión de sus iniciales escritos. Claro que su verso ha ido puliéndose, sumergiéndose en otros estadios y otros escenarios vitales desde los cuales ha ido pergeñando con mimo su reciente “Hábitat” (Lastura Ediciones).

     Poesía aquí y ahora de pensamiento, de dialéctica, que exige una continuidad lectora que atienda el hilo y la emoción de su proceso. Porque en la mudanza de su acontecer, María Jesús Ortega sabe que la existencia puede ser aspereza, desabrimiento, pero también conoce, y muy bien, que el orden y la bonanza son hebras que llegan a pespuntear la dicha de los días.

     Los veintidós poemas aquí reunidos se alinean en torno a cuatro apartados, “Intramuros”, “Intemperie 1”, “Intemperie 2”,“Indulgencia” -más una coda-, entre los cuales se ordena un ayer de alma blanca y familiar, un mañana de cielo nuevo. Común al sentir humano,  la atalaya de la edad resta, en cierta medida, las ilusiones pretéritas  y convierten su antiguo vuelo en espejismos casi juveniles. Y pareciese que cuanto fue realidad es ahora nostalgia, cuanto fue verdad es ahora temblor: “Es mi voz un ovillo de hace tiempo/ que me acurruca en un espeso nudo/ y ahoga mis palabras por la casa/ tan oscura y sin mí./ Tengo frío de charcos y de alcoba inmensa,/ un miedo/ que suda por la cal en hileras finísimas/ de nombres,/ y de pensamientos y de incertidumbres”.

     Su verbo, a su vez, va convirtiéndose en testimonio y salvación, en evidencia misma de lo fugitivo, llama itinerante que no oculta su geometría, sino que resucita con limpidez los fondos del azogue.

Hay, a lo largo de estas páginas, una savia romántica, un afán de comprensión propia y ajena que conjuga las experiencias y las meditaciones. Al cabo, el yo lírico aviva una inquietud existencial que perfila escrupulosamente materias e invocaciones más allá de lo mutable: “Estoy soñando/ tu voz soñando sobre mis pies desnudos/ tu voz/ y tu olor a tabaco meciéndome (…) Tus rodillas perfectas/ tan fuertes/ Cantándome (…) Blanca y radiante va la novia/ Y no quiero dormirme/ Y tu mano y su anillo/ sobre mis pies desnudos/ meciendo/ meciendo/ mi levedad”.

    En este volumen, lo puro y lo sublime, el resplandor y la nada, son elementos que surgen y se conjugan de manera impar, y derivan en instantes donde duele lo más leve, donde se alza la tristura y el afán de permanencia se torna larga e incierta sombra. Sin embargo, un sol distinto, un aire cálido, un azul más intenso, sirven para restañar los rescoldos de antiguos desconsuelos.

     “El lenguaje, poblado por una parte de patios y pozos, y cal, y campanas, y por otro, de barcos y mares azules, explican los dos polos biográficos de María Jesús Ortega”.

Y, sin duda, que su palabra cómplice y sus territorios íntimos son claves a la hora de respirar estos poemas derramados, amatorios, impregnados de vida y de honestidad, escritos “con la cal viva de mi empeño”.


 

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