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Cádiz

Javier Galiana: “Esa cosa distante del piano y su pijerío se puede llevar a la taberna"

Javier Galiana es uno de los pianistas más versátiles que ha dado esta tierra. Gaditano, del 75, se formó en la Escuela Superior de Música de Cataluña

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  • Javier Galiana es uno de los pianistas más versátiles que ha dado esta tierra

Javier Galiana es uno de los pianistas más versátiles que ha dado esta tierra. Gaditano, del 75, se formó en la Escuela Superior de Música de Cataluña siendo el primer titulado en la disciplina de piano jazz.  Es de esos músicos que estudian mucho, practican esa cosa de la curiosidad insaciable, ya sea a través de las lecturas o de otros saberes. Con la propia o la de otros, este pianista simpre sorprende por eso de la ‘Discordia concors’ de una personalidad diferente a la hora de poner las manos en el teclado, como el que no quiere la cosa, y te deja boquiabierto. Ha tocado con Manu Chao, arreglado temas de Silvia Pérez Cruz  y teclea con La Canalla. Su obra  habla más de él que la mejor de las entrevistas...

Supongo que me adhiero a la idea burguesa del artista y tengo que hacer de persona sensible a todas esas cosas, creyendo que todo se retroalimta y que incidirá en una buena manera de hacer música

 

¿Cómo explica esa relación tan íntima y profunda con el instrumento?

–La verdad es que no siento que tenga una relación muy íntima con el piano, supongo que el hecho de empezar a estudiarlo con más de 20 años me hace seguir sintiéndolo como un mueble ajeno a mi cuerpo. Es un instrumento muy frío que no se deja soplar ni abrazar como otros.

 

¿ Cómo empezó a tocar este instrumento?

–De pequeñito hubo un intento de forma tradicional: conservatorio y demás, pero resultó fallido por la negligencia de una profesora infame. Me acerqué más tarde a la guitarra dando clases con Antonio Reguera, que me encendió el gusanillo de la vida de músico. De ahí, no sé cómo, se me despertó de nuevo el gusto por el piano... no sé, la música que se oía en casa, las pretensiones en clave de una supuesta ‘alta cultura’. Un profesor maravilloso y el apoyo de mis padres me ayudaron a afirmarme en la idea de dedicarme a esto de por vida.

 

Ha tocado con Manu Chao, Silvia Pérez Cruz, Salvador Sobral, Leandro Perpiñán, Chipi... ¿con quién ha aprendido más?

–De todos se aprende, sobre todo cuando pasan los años y empiezas a valorar o a aceptar las vivencias que, en el momento pasan muy rápido. En la digestión es cuando notas si te ha sentado bien la comida ¿no? No has mencionado a mi compadrísimo Julián Sánchez, y ahí sí, es quizá la relación más intensa y constructiva que he tenido y que tengo. Siempre sorpresas y búsquedas desde un discurso super profundo y lleno de humor, a la vez.

 

Tiene proyectos muy dispares, como el Trío Garum, el homenaje a Bola de Nieve 'Tomate, trío y cebolla', 'Suite Trafalgar', ¡'La Canalla', 'Israelita espacial'...entre otros muchos... ¿qué lazo de unión tienen?

–Bueno, que el que toca el piano en todos soy yo, y que en todos es la forma de la canción la que se trata de llevar a un plano más refinadito, diría. Esa cosa entre lo lumpen y el ‘high brow’. Llevo tiempo pensando que esa cosa distante que tiene el piano y su, digamos, pijerío, se puede llevar a la taberna. Para mí, es más un tambor intelectual que un mueble de clase alta; aunque, claro.

 

Se ha interesado por distintas expresiones artísticas más allá del piano,  con diversas disciplinas, ámbitos, ¿qué le atrae de ello?

–Bueno, no sé, me gusta leer mucho y he hecho pinitos con el teatro. Supongo que me adhiero a la idea burguesa del artista y tengo que hacer de persona sensible a todas esas cosas, creyendo que todo se retroalimta y que incidirá en una buena manera de hacer música.

 

Se ha formado como pianista de jazz, ¿qué le sedujo del jazz?

–Esa idea , que luego he visto que no es del todo correcta, de ser libre y creativo a la hora de tocar. esa manera de ser punky antes de los pankys, el grito desde las formas establecidas, desgarro negro desde las armonías blancas.

 

¿Qué es la improvisación para usted? ¿y en su trabajo?

–Es fácil decirlo, pero muy difícil, en realidad: no esperar nada. La música, como la vida, es en directo, es mejor no anticipar resultados de ningún tipo porque en un despiste se puede abrir una puertecita a un jardín estupendo... o a una porquería, claro; pero ese vértigo merece la pena, al final se vuelve al tiempo de los relojes y al bosque de facturas. Pero poner en liza esos otros tiempos, más ‘kairós’, por ponerme cultureta, es de lo poco interesante que puede hacer la música, y ahí, la improvisación es donde se hace más evidente que la vida también .

 

¿Cree en la genialidad de los artistas o hay que currárselo mucho?

–El genio se negocia entre la suerte, la capacidad de concentración del artista y el mercado. Te lo puedes currar mucho y ser genial en casa y morir sin ser personaje de ninguna novela. También está la suerte y el momento y el lugar que te toquen. Y, claro, el estudio y la capacidad de concentración en lo que haces te hace ser más provechoso; pero si nadie te ríe las gracias, o pasas del mercado y del público, no hay genio que valga.

 

De todos los trabajos que ha realizado, ¿cuál es el que más le ha costado y le ha supuesto un reto importante?

–A nivel personal, la composición de la 'Suite Trafalgar', que me ha supuesto una aceptación de mis intimidades y una búsqueda en lo formal. 

Luego he tenido trabajos que me han venido grandes por la exigencia de la partitura y por los miedos a compatir con músicos admirados; y ahí las inseguridades, los orgullos…

 

¿Qué siente antes de entrar en el escenario en sus conciertos?

–Casi siempre, muchas ganas de tocar.

 

Ha estado en Brasil, Barcelona, Lisboa.... y ahora ha vuelto a su ciudad, ¿qué es Cádiz para usted? 

–Oír el bombo callejero de mi infancia.

 

¿Qué hay de Cádiz en su música?

–El haber tenido una infancia tan estupenda, supongo que ya te deja un poso para toda la vida. Ya en el primer disco en el que compuse cosas, al alimón con mi otro gran maestro, Miguel Ángel López, el ‘Lenon’, con la Sonora Big Band; ahú ya hice arreglos y revisiones de músicas de carnaval o de bulerías de Cádiz. En todos mis trabajos ha seguido sonando ese soniquetillo; eso sí, con un tonillo intelectualoide y sensiblón que igual me distancia de ese bombo tan rico.

 

¿Qué cosas le ilusionan?

–Comer rico entre charlas, o viceversa.

 

¿En qué ha arriesgado más?

–En casi nada, soy bastante cagueta, creo. Aunque eso de haberme mudado mucho de ciudad quizás sí que supone un riesgo, pero el bombo de fondo y las condiciones de partida siempre me han hecho ver que había una red para recogerme en caso de caída grave.

 

¿Es muy exigente consigo mismo?

–No especialmente. Confío en la suerte y me gusta salir; eso no es muy compatible con un trabajo mamotrético.

 

¿Cuál es su escenario ideal?

–El de la soleá de Lorca: ‘La calle tiene un temblor de cuerda en tensión…’.

 

Hábleme de sus proyectos de futuro

–Pue por suerte, ahora estoy felizmente embarazado de varios churumbeles: un musical con la chirigota del "Selu", un proyecto en ciernes con Rosario Toledo, una obra de teatro con Salvador Sobral... y arrancar con "Manolo y Curra", que es mi dúo con María La Mónica (otra de la que se aprende tela), componer músicas embusteras para unos cuentos de David Monthiel... en fin, no me aburro.

 

¿Cómo le ha afectado la situación que estamos viviendo?

–Entre la suerte que tengo y mi actitud de ‘flaneur’, no he dejado que me afecte demasiado. Siempre dentro que, claro, el mundo es mucho mundo y yo soy un mindundi...

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