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Notas de un lector

La herida de ser carne

Tres años después de la aparición de “Tacha”, Francisco José Martínez Morán (1981) da a la luz “Los cuadernos del frío”.

Publicado: 19/06/2021 ·
10:06
· Actualizado: 19/06/2021 · 10:06
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Tres años después de la aparición de “Tacha”, Francisco José Martínez Morán (1981) da a la luz “Los cuadernos del frío”. Es este su quinto poemario y, en él, puede apreciarse una clara apuesta por la contención verbal, por la solidez de una palabra sintetizadora que incida en revelar la totalidad de su esencia.

En su anterior entrega, el escritor madrileño se copiaba y reflejaba ante una aceptación -que no resignación-, la cual implicaba subsistir ante la verdad doliente. El deseo se había tornado duda, el amor era inquietud, las pretéritas promesas no eran ya sino tercas lágrimas…, y hasta el mismo vuelo de los vencejos derivaba en irreparable finitud: “Qué absurdo este poder en el vacío:/ en vuestra libertad sólo hay ficción,/ escapatoria en círculos, engaño/ del aire hecho presente./ Más tarde o más temprano, os detendréis/ y todo será suelo”.

Ahora, el yo lírico dirige su reflexión hacia su propia alma y halla en sí un sentimiento de reprobación, una conducta diferente que le lleva a obrar con un renovado emotivismo moral. La liberación de antiguas pasiones, la consecución empírica de la felicidad parecen haber dado paso a un estadio de compleja vitalidad, de donde brota un intento de orden entre pensamiento y realidad: “Te obcecas en el cuerpo que dejaste/ atrás; en los espejos ves la ruina/ de una estación sin nombre ni raíles,/ Terco frío de enero: la mañana/ viste espinas, abrojo de relente”.

     Dividido en siete apartados, “Raíces y atestados”, “KV626: Fragmentos para un réquiem”, “Concreto”, “Un frío de otro tiempo”, “Hablar de poesía”, “El cuaderno negro” y “Canción de ausencia cierta”, el volumen signa una idea íntima, ajena a cualquier ficción u oropel: en la certidumbre de no poseer impresión alguna de cuanto sucederá en el porvenir, lo cotidiano se convierte en precaución, en interferencia causal de todo aquello que resulta terrenal. De ahí, que Martínez Morán fundamente su verso en una permanencia variable, en una identidad sensitiva que facilite su intuición conceptual. Tal vez, por eso, se inquiera de este modo “¿Con qué labios habré de defenderme/ de mis propias palabras,/ en qué tanteo inútil/ me abrasaré la yema de los dedos?/ Hasta donde la estepa,/ hasta dónde la herida de ser carne?”.

La orfandad derivada de “los golpes de la edad” produce un anhelo de resiliencia. En él, halla su razón mejor para la búsqueda de una lumbre balsámica, dadora de un futuro renovador e inofensivo. Al cabo, su ética material se tornaética de contenido desde la cual poder refundar una naturaleza espiritual más pura: “Piensas la desolación de la nieve: quizás estás allí ahora y nunca en otra parte u otro tiempo. Cuanto te gustaría probar tu honestidad”.

    La culpa, la expiación, el engaño, la belleza, la luz, la tiniebla, la duda, la confianza…, van conformando, en suma, una alianza plural si homogénea, resuelta con sabia pluma por Martínez Morán, quien sale airoso de una propuesta que aúna la hondura con la catarsis, lo racional con lo poético, lo vívido con lo vivido: “Pero llega la luz,/ cumple con su trayectoria/ el mirlo, y la paloma, su zureo./ Los muros y las tejas/ rompen a noche y llama./ Queda un latido quieto/ diciéndose sin fin en los resquicios”.

 

 

 

 

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