Patricia es directora del departamento de una multinacional bancaria, está casada con un dentista cotizado, vive en un residencial de alto standing, tiene tres hijos y aspira a un merecido ascenso. Su vida es su trabajo, su familia y sus clientes. Puede parecer estresante -y en realidad lo es-, pero ella insiste en que es una persona “supernormal”. En realidad, la nueva serie de Movistar, creada por Olatz Arroyo y Marta Sánchez, parece querer jugar a las apariencias, pero su mérito reside en convencernos de que se trata de todo lo contrario. Porque ni Patricia es superficial, ni su marido un panoli, ni su suegra una estirada, ni su hermana una desagradecida, ni sus empleados unos figurines. Es solo la apariencia desde la que comienza a desarrollarse una pequeña trama en torno a la vida de la entregada ejecutiva y desde la que se construye un agradecido acercamiento al feminismo sin golpes de pecho.
En favor del buen resultado global de los seis episodios cortos de los que consta esta primera temporada -con final abierto- está la contribución de un realizador curtido en la comedia, Emilio Martínez Lázaro, al que todos recuerdan por la saga de los apellidos, pero que aquí se encuentra más próximo al tono y el ritmo de Amo tu cama rica -a la que rinde homenaje con un cameo del cartel- o Los peores años de nuestra vida, y eso la convierte en una historia más inteligente que divertida, capaz de dibujarte una permanente sonrisa en los labios, pero no propensa a la risa, y muy preocupada en no caer en el ridículo, pese a que las situaciones y algunos personajes inviten a exprimir una vertiente que termina rendida a cierto paternalismo con el que se protege a algunos de los personajes principales -pese a sus numerosos aciertos, no incluye entre ellos el riesgo, e incluso adopta el manido formato de la entrevista a cámara con cada personaje-.
Supernormal funciona como serie coral, como toda buena comedia, y cuenta con un acertado plantel secundario, con mención especial a Gracia Olayo, María Esteve o Marta Fernández Muro, pero el principal acierto reside en la elección de una impagable Miren Ibarguren a la hora de saber componer un personaje alejado de la caricatura y que concentra tantos matices como situaciones a las que se enfrenta, y que son los que constituyen una auténtica lección de feminismo, sin adoctrinamiento, solo desde la constatación de la realidad.