Todos los veranos es la misma historia. Que las televisiones viven de la publicidad no es nuevo, no pretendo descubrir América a estas alturas (que, viendo el resultado, ya podían haberse estado quietecitos los vikingos y Colón, pero eso es materia para otra columna). Sin embargo, cuando el periodo vacacional asoma el morro por la esquina, el medio audiovisual se convierte en una filial de una compañía de alarmas en concreto. No del sector, no. De una sola, cuyos anuncios salen directamente después de cada bombardeo matutino con noticias y bulos sobre okupación. Da igual que un juez de Reus desmonte en directo la desinformación amarillista al respecto. Da igual que el magistrado Bosch Grau demuestre que sí hay cobertura legal para casos de allanamiento de morada y usurpación de la propiedad. La pela es la pela y meter miedo sobre okupas es, a fe de la tónica de cada verano, un negocio lucrativo.
El problema viene cuando, además de un público que cae en el sesgo de confirmación y traga con la mentira porque encaja en su sistema de creencias, ni siquiera los responsables públicos tienen claros los conceptos que, desde su posición en el arco ideológico, nos intentan vender. Y, para muestra, el caso que nos ocupa (nunca mejor dicho): Begoña Villacís y su cruzada contra la okupación... en un asentamiento chabolista. No me imagino a un indigente poniendo en su chabola una alarma de esas que cada verano nos venden los sustitutos de Susanna Griso y Ana Rosa Quintana. Hace falta ser corta de entendederas y mala persona a la vez para tuitear una imagen donde estás retirando los cuatro cartones que cobijan a una persona y hablar de insalubridad al mismo tiempo. Como respondió el cómico Dani Rovira a semejante inmundicia de tuit, «insalubridad moral es lo que veo yo, señora».
Dice la vicealcaldesa de Madrid que, mientras otros les abren las puertas, ella lucha contra la okupación. Sin embargo, parafraseando a los comerciales de alarmas de Espejo Público y media parrilla de Mediaset, no me imagino a nadie esperando a que un indigente vaya a comprar el pan (o buscarlo en la basura en este caso) para usurparle los cuatro cartones que lo resguarden del frío y de la lluvia. Al menos no mientras los bancos y los fondos buitre siguen acaparando la mayoría de la vivienda vacía que seguimos teniendo en este país. Continúa Villacís su discurso de aporofobia diciendo que lo hace mirando por los vecinos de un barrio cercano, en pro de su seguridad y contra la insalubridad como decíamos antes. Le ha faltado prender fuego a las chabolas y pintar en
algún muro «Limpia Madrid» para que creyéramos que, en vez de una vicealcaldesa de la capital de España, estábamos viendo a los neonazis que salen en El día de la bestia.
La señora Villacís, junto con la administración y corporación municipal de la que forma parte, olvida que la materia del suelo público de cada ciudad es competencia de su Ayuntamiento. Ignora u omite que no hace falta regalar una casa a las personas pero eso no quita que la responsabilidad de que esas personas necesitaran una chabola es suya y de la Comunidad de Madrid. Si es cuestión de suelo para construir un albergue, aparte de los que puedan existir (que lo desconozco), el Consistorio es la autoridad competente para abordarla. Por la parte de asuntos sociales, dado que lo que lleva a las personas a vivir en tan míseras condiciones es la pobreza, es competencia autonómica. No digo que su pobreza sea culpa de Almeida, Villacís o Ayuso porque sería falaz: ya eran pobres antes. Pero sí digo que, si tanto importa la salubridad y seguridad del barrio que hay al lado, tendrían que haber tomado medidas y ofrecer alternativa habitacional a esas personas. No se trata de derribar las chabolas para que no salgan en la foto de los turistas, sino de dar un cobijo digno a las personas que se han visto tan en la nada como para tener como vivienda unos cartones y alguna lámina de chapa. Las cosas se pueden hacer con rapidez y limpieza; si no, miren qué rápido han bajado impuestos a los ricos en tres autonomías. Cuestión de prioridades.