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El sexo de los libros

Sherlock Holmes, su hermano Mycroft y el Club Diógenes

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  • Sir Arthur Conan Doyle
Cuando el neuropsiquiatra Wilhelm Reich (1897-1957) se volvió definitivamente loco, se entregó en cuerpo y alma a la fundación de la Orgonomía: una nueva ciencia inexplicable que lo explicaba todo. La energía orgónica es una energía primordial cósmica descubierta por Reich hacia finales de los años treinta del pasado siglo. Este tipo de energía omnipresente opera, según Reich, tanto en los seres vivos (bioenergía) como en el resto del cosmos, y sirve para comprender el color del cielo, la sexualidad, el origen de la vida, el movimiento de las galaxias, los ataques de nervios, la aurora boreal, la génesis y comportamiento de los huracanes, el fracaso de la mayor parte de las revoluciones políticas, todas y cada una de las enfermedades, la metempsicosis, el destino de la humanidad, las crisis financieras y el secreto de los cátaros, entre una infinita variedad de temas hasta completar la absoluta totalidad de todo lo existente. Cualquier problema tiene su solución en la Orgonomía.

 
El doctor Reich descubrió en 1939 unas entidades a las que llamó biones, las cuales son vesículas de energía vital que no están ni vivas ni no vivas, sino que son elementos transicionales. El término básico orgón expresa la idea del organismo vivo como sistema energético con pulsación propia. En Orgonomic Functionalism, Part I: Ether, God & Devil (1949), Reich afirmaba: "En verdad no he hecho más que un solo descubrimiento: el de la función de las convulsiones orgásmicas del plasma". Para Reich, "el funcionalismo orgonómico es una técnica de pensamiento y de trabajo que se convierte en el motor de la evolución social puesto que valora, critica y modifica la civilización mecánica y mística desde la perspectiva de las leyes naturales de la materia viviente y no desde la perspectiva del Estado, de la Iglesia, de la economía, de la cultura, etcétera".

El asombroso universo teórico, del que acabamos de ofrecer nada más que una apretada e insignificante síntesis, deriva directamente de las investigaciones desarrolladas, a lo largo del último tercio del siglo XIX, en el seno del ultraselecto Club Diógenes de Londres, distinguido y hermético círculo de homosexuales, intelectualmente superdotados, al que pertenecieron los hermanos Holmes (Sherlock y Mycroft), el malvado profesor Moriarty, Peter Pan o Jack el Destripador, así como otros ilustres gays de mente privilegiada. Todos ellos indefectiblemente vinculados a los Servicios Secretos y a la Inteligencia Militar del Imperio Británico.

Como de lo que se trata es de una escueta aclaración sobre los cometidos desempeñados por los más famosos agentes de Diógenes, también en este tramo de la historia procedemos a exponer una versión resumida. El jefe supremo de esta superelitista congregación de espías era Mycroft Holmes. Luego venían Sherlock Holmes, siete años menor que su hermano Mycroft, y el profesor Moriarty, teórico archienemigo de Sherlock, que representaban la extensa y calculada ambigüedad del imperialismo del Reino Unido: el primero, el bien; el segundo, el mal; y, ambos, los grandes ideales de la dilatada etapa victoriana. Siempre, por supuesto, de acuerdo con las circunstancias. Para cerrar la estructura rectangular del canon establecido por Sir Arthur Conan Doyle, diremos que el inevitable y en el fondo enigmático doctor Watson se encontraba en un nivel bastante inferior dentro del escalafón del Club Diógenes, es decir, entre el personal de tercera fila.

El incidente de las cataratas de Reichenbach, en el que, aparentemente, mueren, tras lucha encarnizada, tanto Sherlock Holmes como Moriarty, simbolizaría el orgasmo alcanzado, mediante el abrazo genital, por esta sofisticada pareja de hecho. Como es obvio, todo el montaje relativo al presunto antagonismo entre el eximio detective y el perverso científico es obra del señor-señora Mycroft Holmes, quien, como aseguraba su hermano-hermana Sherlock, a veces "era el Gobierno Británico".

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