Hoy lunes nuestro Luis Berenguer Moreno de Guerra (1923-1979), gallego de nacimiento pero más cañaílla que el levante, hubiera cumplido 100 años, si la muerte tempranera no le hubiera sorprendido a los 56. Este loco no puede hoy mirar para otro lado en esta señalada fecha dejando pasar la oportunidad de hacer visible ese sentimiento de orgullo que nos invade por haber tenido de paisano a tan destacado escritor. Cada vez que doy un paseo a lo largo de la calle Real, puedo leer junto al Pasaje de la Música la placa de mármol colocada por el Ayuntamiento en 1983 en la casa donde vivió, que nos recuerda el paso de Luis Berenguer por este mundo, por esta tierra y por esa casa.
Escribió varias novelas, entre las que quiero destacar
El mundo de Juan Lobón, Premio Nacional de la Crítica. Creo que no hay cosa que sea más del gusto de un autor que ver su obra extendida a los cuatro vientos, y que sea la gente la que disfrute con su lectura. Por eso, y porque aquí en el manicomio tenemos a Luis Berenguer catalogado como una persona que se volvió también loco como nosotros por La Isla, hoy no voy a hablar de su biografía, sino que voy a volcar en estas líneas un trocito de esa novela para que sean ustedes los que entren directamente en contacto con el autor a través de su obra. Prefiero esto a que se lo cuenten de aquella manera. El auténtico loco debe ir a la fuente original y no a las locuras que otros le cuenten.
Juan Lobón era un cazador furtivo que luchaba para sobrevivir en la complicada Andalucía de la posguerra. Se enfrenta a los terratenientes, a los caciques, a las autoridadesy es encarcelado por un delito que no cometió. La novela refleja la impresionante pobreza del medio rural dominado por el capricho de los terratenientes. No digo más. Mira lo que cuenta Juan Lobón sobre una de sus correrías:
Al arrimarme trató de levantarse otra vez, pero la rematé con la navaja. Tenía la tripa hinchada como un globo, como si la hubieran cosido con una aguja saquera. Pensé que la habría herido don Gumersindo con el rifle, pero también pensé que, con aquella herida, no podía seguir vivo el animal desde la última batida.
La herida tenía muchísima pus y, al cortarle aquello, tuve que sacarle las tripas y las entrañas, porque todo olía como a muerto y la maldad se le iba subiendo para arriba. Dejé la corza tapada en un zarzal, para cogerla cuando volviera con la yegua. Cuando llegué al molino era media tarde y empezó a llover a cántaros. Cogí la yegua y por el arroyo seco adelante tomé para la Zarza al galope tonto. Si me tardo un poco más no mato el venado, allí junto a la era, porque estaba oscuro del todo. Cuando conseguí ponerlo en la yegua, que no fue ninguna tontera, oigo voces diciendo:
-El tiro ha sido ahí fuera.
Como todavía lloviznaba, enfilé para la montanera, y hasta no verme dentro del quejigal no estuve tranquilo. El venado se me caía de la yegua y tuve que echarme abajo, arrancar dos hincos del cercado que tenían para los cochinos, y con el mismo alambre hice allí un invento para echar el bicho encima y que la yegua lo llevara arrastrando como si fuera un arado…
Realmente sería de locos no leer
El mundo de Juan Lobón entero para recordar a Luis Berenguer, nuestro paisano y querido escritor. Que yo no me entere de que usted pasa del tema.