A pesar de todo
Ya no estamos preocupados es el título de la polka que Barenboim tocó de propina en el concierto de Año Nuevo en Viena...
Ya no estamos preocupados es el título de la polka que Barenboim tocó de propina en el concierto de Año Nuevo en Viena. Habrá que tomarlo como síntoma o premonición de que somos capaces de ganar la batalla a la crisis, por más que todos los indicios apunten en contra. Con permiso del paro, de los precios, de los EREs, de la financiación autonómica, del petróleo, del terrorismo estéril y de tantas otras cosas que nos amenazan, juntos podemos.
Hace falta trabajar más, mejorar la productividad, discutir menos lo que nos separa, profundizar en lo que nos une y hacer de la necesidad virtud.
Hay quien en lugar de felicitar el año nueve o el Año Nuevo, ha decidido pasar directamente a desear un feliz 2016. Si hacemos los deberes, no hará falta poner tan lejos el horizonte de esperanza. Pero lo mío no es un optimismo antropológico, y falso, como el del presidente Rodríguez Zapatero, sino un optimismo moderado, muy moderado.
Hay otros problemas tan graves o sangrantes, posiblemente más, que el de la crisis. El mismo Barenboim deseaba al terminar el concierto “un año de paz de y de justicia humana en Oriente Medio”. Falta hace. Coincidiendo con el final de año, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas certificaba la imposibilidad de llegar a un acuerdo no para acabar con el conflicto sino, simplemente para instar de inmediato el cese de las matanzas.
El año comenzaba con nuevos bombardeos israelíes que añaden muertos a los más de 400 de los últimos días.
La comunidad internacional se divide entre los que culpan y exigen a unos o a otros, pero tanto Hamás como el Gobierno israelí como la comunidad internacional son culpables de su incapacidad para hallar una solución que impida las permanentes e históricas matanzas. Responderán ante la historia y, tal vez, deberían responder ante el Tribunal Penal Internacional. Escribía hace poco José María Ridao que “seguridad y justicia devienen incompatibles si no se busca la seguridad desde la justicia”.
Hoy, en esa zona de Gaza no hay seguridad ni hay justicia y es una vergüenza para la humanidad. Cuando se acaban de cumplir 60 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, todos, especialmente los gobernantes de esos países y los líderes de la comunidad internacional, deberíamos reconocer nuestro fracaso y reforzar el compromiso por encontrar una posibilidad real de paz para frenar la agonía de Gaz y Cisjordania.
En este año que empieza se cumplen 50 años de la Declaración de los Derechos del Niño, pero allí en Gaza y Cisjordania, los niños no tienen derechos, ni siquiera el más importante, el derecho a la vida.
Allí mueren bajo las bombas israelíes o convertidos en bombas humanas por sus propios familiares, pero sobre todo mueren día a día en medio del odio y el afán de revancha, irrecuperables para una vida digna de tal nombre. Ni Israel va a ganar esa batalla ni la van a ganar los terroristas de Hamás. La van a peder todos. Como dice el empresario español Eulalio Ferrer, “no es posible vivir con el rencor en el corazón”. O tal vez sí. Lo están demostrando israelíes y palestinos, mientras todos nosotros somos culpables por omisión.
A pesar de todo, tal vez por eso, deberíamos intentar que 2009 fuera más justo.
Hace falta trabajar más, mejorar la productividad, discutir menos lo que nos separa, profundizar en lo que nos une y hacer de la necesidad virtud.
Hay quien en lugar de felicitar el año nueve o el Año Nuevo, ha decidido pasar directamente a desear un feliz 2016. Si hacemos los deberes, no hará falta poner tan lejos el horizonte de esperanza. Pero lo mío no es un optimismo antropológico, y falso, como el del presidente Rodríguez Zapatero, sino un optimismo moderado, muy moderado.
Hay otros problemas tan graves o sangrantes, posiblemente más, que el de la crisis. El mismo Barenboim deseaba al terminar el concierto “un año de paz de y de justicia humana en Oriente Medio”. Falta hace. Coincidiendo con el final de año, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas certificaba la imposibilidad de llegar a un acuerdo no para acabar con el conflicto sino, simplemente para instar de inmediato el cese de las matanzas.
El año comenzaba con nuevos bombardeos israelíes que añaden muertos a los más de 400 de los últimos días.
La comunidad internacional se divide entre los que culpan y exigen a unos o a otros, pero tanto Hamás como el Gobierno israelí como la comunidad internacional son culpables de su incapacidad para hallar una solución que impida las permanentes e históricas matanzas. Responderán ante la historia y, tal vez, deberían responder ante el Tribunal Penal Internacional. Escribía hace poco José María Ridao que “seguridad y justicia devienen incompatibles si no se busca la seguridad desde la justicia”.
Hoy, en esa zona de Gaza no hay seguridad ni hay justicia y es una vergüenza para la humanidad. Cuando se acaban de cumplir 60 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, todos, especialmente los gobernantes de esos países y los líderes de la comunidad internacional, deberíamos reconocer nuestro fracaso y reforzar el compromiso por encontrar una posibilidad real de paz para frenar la agonía de Gaz y Cisjordania.
En este año que empieza se cumplen 50 años de la Declaración de los Derechos del Niño, pero allí en Gaza y Cisjordania, los niños no tienen derechos, ni siquiera el más importante, el derecho a la vida.
Allí mueren bajo las bombas israelíes o convertidos en bombas humanas por sus propios familiares, pero sobre todo mueren día a día en medio del odio y el afán de revancha, irrecuperables para una vida digna de tal nombre. Ni Israel va a ganar esa batalla ni la van a ganar los terroristas de Hamás. La van a peder todos. Como dice el empresario español Eulalio Ferrer, “no es posible vivir con el rencor en el corazón”. O tal vez sí. Lo están demostrando israelíes y palestinos, mientras todos nosotros somos culpables por omisión.
A pesar de todo, tal vez por eso, deberíamos intentar que 2009 fuera más justo.
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