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La conjura de la casualidad

Candor o ignorancia. No lo sé. Lo que sí sé es que para hablar de conspiración hay que tener pruebas de las que carezco...

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Candor o ignorancia. No lo sé. Lo que sí sé es que para hablar de conspiración hay que tener pruebas de las que carezco. Por eso me quedo con ese otro concepto, más etéreo pero no menos inquietante, que es el de conjura. Afino más para señalar que no digo que exista; pero el reguero de acontecimientos, uno tras otro, podría llevar a pensar que el PP está ante una auténtica conjura de la casualidad.

Casualidad que el affaire del espionaje en Madrid coincida en el tiempo con la polémica sobre Caja Madrid; casualidad que se produzca a un mes de unas elecciones que para el futuro inmediato del liderazgo de Rajoy pueden ser cruciales y ahora, para más divertimento, la trama de supuesta corrupción en ayuntamientos gobernados por el PP y que tocan a personas, en su momento, no ahora, relacionadas con este partido. Además, todo apunta a que el reguero de acontecimientos no ha acabado, que irán saliendo más flecos y que todo se va a ir embarullando. Y ello sin contar con lo que pueda dar de sí la Comisión de investigación abierta en la Asamblea de Madrid. La oposición acusa al PP de querer controlarla, que es exactamente lo que hace siempre el partido que tiene mayoría. Ese control no garantiza nada.  Más allá del examen detallado de los datos, del análisis frío de los hechos, lo cierto, a efectos políticos, es que esta conjura de casualidades es fatal para el PP. Cuando ocurren estas cosas, el partido afectado se queda noqueado, preguntándose cómo pueden ocurrir estas cosas y buscando margen para salir airoso del atolladero.Por mucho que los populares proclamen su vocación de transparencia en Madrid, por mucho que la trama de supuesta corrupción descubierta en algunos ayuntamientos afecte a personas ya desvinculadas del partido, por mucho que se quiera hacer y se haga, el panel que tiene ante sí Rajoy es de extrema dificultad y lo es porque el fantasma a diluir no es el de un personaje corrupto, que se le expulsa y punto.

No, el fantasma a diluir es el de la percepción que los ciudadanos pueden ir registrando. Y es a lo que Rajoy tiene que hacer frente. A la percepción de un partido que da la impresión de andar manga por hombro, en el que cada señorito va a lo suyo, con su propio criterio, olvidándose, lo mismo para hablar del agua que de financiación, que si el PP deja por el camino su seña de partido nacional deja, de paso, una de sus señas de identidad como proyecto político capaz de ser alternativa.A los populares les esperan días complicados, entre otras razones porque buena parte de su suerte se libra en los medios de comunicación, en las portadas de los periódicos y en los dimes y diretes que sin pudor alguno militantes y afiliados deslizan en sus propias agrupaciones.

No oculto que el señor Rajoy me merece un especial respeto. No se me escapa que ha cometido errores, entre otros el no haber distribuido con mano de hierro el papel de cada cual dentro de Génova y el de no haber tenido el ojo suficiente para que su núcleo duro no sea otro distinto al que es. Afirmo que, en medio de todo esto, ha recibido de todo menos ayuda y concluyo que si fuera mi padre le aconsejaría que hiciera las maletas y se fuera, que no alargara su propio vía crucis que entre no pocos le están cocinando. Que se vaya antes de que le masacren del todo. Que se vaya y se siente a comprobar si todos aquellos que dicen que 'esto no puede ser' son capaces de que sean.

  Cuando las casualidades se conjuran, la niebla se hace sitio.

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