... si la dicha es buena
En la estación de trenes siempre hay alguien que no es de aquí. Lo sé porque camina como si quisiera pasar desapercibido...
En la estación de trenes siempre hay alguien que no es de aquí. Lo sé porque camina como si quisiera pasar desapercibido. Con una seguridad impropia del que se siente en territorio particular. Ni mira, ni contempla. Ni se fija en horarios o anuncios. Para imprimir confianza. Para imprimirse confianza. En la mayoría de las ocasiones coge un taxi, si es que se ha bajado de un tren de medio o largo recorrido. Si es un cercanías, es que viene a trabajar o estudiar. Rara vez se coge el tren para visitar una ciudad y pasearla. A no ser que sea extranjero, que no es el caso. Porque los extranjeros no necesitan decir que son de fuera. Lo son a todas luces. Y a todas sombras.
A la hora de llegar, si hay que esperar, se hace el interesante. Suele llevar periódico o libro para distraerse. O para que nadie le distraiga. Otros se embullen en su burbuja musical que les desconectan de cualquier otra manifestación de vida que aparezca en su entorno.
Yo prefiero dormir. Sentarme y dormir. Como si de una abdución se tratara. No hay nada que me lo impida. Nada que no sea ir cerrando los ojos poco a poco y dejarme atrapar por el sopor placentero que debe sentir el niño mientras su madre le acaricia la mano en la cuna. Los párpados se vuelven de plomo y las conversaciones de los alrededores comienzan a cobrar vida en forma de letras primero, de colores que se mueven, imágenes después que van trenzando historias inconclusas. Las que se dan por sabidas. Las que nunca conocerás el desenlace por bajarse en la próxima parada. O por superar la fase REM. O porque no es lo atrayente para que tu cerebro - el mío - le eleve a la categoría de sueño. En cualquier caso me duermo. Y como un resorte automático del mundo, abro los ojos antes de llegar a mi destino. Miro alrededor comprobando que nadie me observa, es seguro que he dado alguna que otra cabezada, incluso temo que hasta un ronquido. La desviación del tabique nasal, imperceptible a simple vista, es lo que tiene, y me yergo en mi asiento alargando el cuello.
En la estación de trenes siempre hay alguien que no es de aquí. Tiene miedo de llegar tarde y tener que esperar ante la indiferencia de quienes le rodean. O volverse a su historia un día más. Para volver a correr y no perderlo de nuevo. En la estación de trenes siempre hay alguien que no es de aquí. Yo soy la que sueña, la que imagina historias. Yo soy la que duerme.
A la hora de llegar, si hay que esperar, se hace el interesante. Suele llevar periódico o libro para distraerse. O para que nadie le distraiga. Otros se embullen en su burbuja musical que les desconectan de cualquier otra manifestación de vida que aparezca en su entorno.
Yo prefiero dormir. Sentarme y dormir. Como si de una abdución se tratara. No hay nada que me lo impida. Nada que no sea ir cerrando los ojos poco a poco y dejarme atrapar por el sopor placentero que debe sentir el niño mientras su madre le acaricia la mano en la cuna. Los párpados se vuelven de plomo y las conversaciones de los alrededores comienzan a cobrar vida en forma de letras primero, de colores que se mueven, imágenes después que van trenzando historias inconclusas. Las que se dan por sabidas. Las que nunca conocerás el desenlace por bajarse en la próxima parada. O por superar la fase REM. O porque no es lo atrayente para que tu cerebro - el mío - le eleve a la categoría de sueño. En cualquier caso me duermo. Y como un resorte automático del mundo, abro los ojos antes de llegar a mi destino. Miro alrededor comprobando que nadie me observa, es seguro que he dado alguna que otra cabezada, incluso temo que hasta un ronquido. La desviación del tabique nasal, imperceptible a simple vista, es lo que tiene, y me yergo en mi asiento alargando el cuello.
En la estación de trenes siempre hay alguien que no es de aquí. Tiene miedo de llegar tarde y tener que esperar ante la indiferencia de quienes le rodean. O volverse a su historia un día más. Para volver a correr y no perderlo de nuevo. En la estación de trenes siempre hay alguien que no es de aquí. Yo soy la que sueña, la que imagina historias. Yo soy la que duerme.
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