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El hombre de las magníficas intenciones

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Las intenciones pueden ser buenas, malas o perversas. En la pequeña política, la de los bandos, no la de los ciudadanos, casi siempre se está más cerca de las dos últimas categorías. Hay quien no ha tenido nunca una buena intención y gracias a eso ha hecho una deslumbrante carrera. Los medios de comunicación prefieren casi siempre personajes perversos antes que políticos irreprochables porque éstos últimos venden pocos periódicos y no dan titulares. Hay científicos, médicos, investigadores que dedican su vida a la búsqueda de la excelencia y al servicio de los demás, pero aparecen poco y casi nunca son el ejemplo a imitar. Por el contrario, los correveidiles, las alcahuetas o alcahuetes de la política, los advenedizos, los que se mueven bien en el mundo subterráneo casi siempre hacen fortuna, aunque a veces la fortuna acaba siendo efímera por culpa de la avaricia.
Pero hay también excepciones: hombres de magníficas intenciones. Algunos practican el noble ejercicio de decir al que le escucha lo que éste quiere escuchar y que son capaces de prometer incluso lo que saben que es imposible cumplir. Los medios les reconocen, incluso. Ser un hombre de magníficas intenciones no significa, por otra parte, que sepa resolver los problemas.

Que nos cerca la crisis, se responde que saldremos de ella porque estamos mejor preparados que nadie. Importan las intenciones y los deseos, no la realidad. La realidad no debe estropear nunca una magnífica intención. Que un ministro dice una cosa y otro/a, la contraria, se les da la razón a los dos y luego se hace lo que sea. Si viene el presidente de Serbia, se le anuncia la retirada de las tropas españolas de Kosovo, con la que la mayoría de los ciudadanos españoles está seguramente de acuerdo, pero se olvida, sin mala intención, avisar a los socios de la OTAN. Que un enviado del presidente va a Washington con el encargo de pedir disculpas, pues estupendo. Que luego la ministra de Defensa le desautoriza, también estupendo. Que un presidente autonómico exige la deuda histórica, pues se la da. Es cierto que luego la pueden pedir otros, pero eso no toca ahora. Cada cosa a su tiempo.

Por eso, ahora que vienen las estrecheces y las arcas empiezan a estar vacías, es aconsejable pensar si los hombres de magníficas intenciones, estupendas personas, son los ideales para administrar el patrimonio de todos.
 

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