Han sido varias las ocasiones en las que vecinos de la localidad en la que resido (Los Barrios) me han parado por la calle y me han preguntado si es cierto que soy yo uno de quienes están preparando una candidatura de Podemos para las próximas elecciones municipales. Un rumor éste que se ha difundido de boca en boca y que, aprovechando la ocasión, desmiento.
No tengo intención alguna de vincularme con dicha formación política de nueva planta, ni se me ha pasado por la cabeza. Aunque es verdad que hace cuestión de varias semanas publiqué un artículo sobre la irrupción de este partido en nuestro panorama político, tras los resultados de las elecciones europeas del 25 de mayo, y es probable, digo yo, que de ahí derive la causa del malentendido.
Comparto mucho del discurso de la organización en ciernes liderada por Pablo Iglesias. Y es entendible que lo compartan un buen número de ciudadanos. Entre otras razones porque es difícil no estar de acuerdo con muchas cosas de las que dice. Pero no creo que diera mi voto nunca a una opción política de este cariz. Y no lo creo, porque no la considero –dicho sea con todos los respetos– una alternativa seria y consistente para solventar los problemas de una sociedad tan compleja como la nuestra dentro de un mundo también complejo, interdependiente y globalizado. Lo cual no quiere decir que no estime útil la aparición en escena de un colectivo que representa el sentir de una parte importante de la población y se propone canalizar muchas de sus inquietudes y demandas. Todo lo contrario. Lo considero utilísimo y necesario. Por aquello de que perseguir la conquista de lo imposible no está de más, siempre que nos sirva cuando menos para hacer todo lo posible. Ni está de más tampoco que se nos recuerde esto.
Y cuando hablo de la conquista de lo imposible me refiero a la conquista de la utopía. Mas no una utopía cualquiera, que haberlas haylas, y muchas, algunas hasta como para echarse a temblar, sino –ya puestos– la mejor de las utopías imaginables y deseables, conforme a los valores de los tiempos y el lugar en que vivimos. Pues, a fin de cuentas, si efectuamos un somero y rápido repaso a la historia de la humanidad, desde sus comienzos hasta la fecha, advertimos que rara vez hubo evolución sin revolución. Y está claro que sin evolución jamás hubiera habido progreso.
Ahora bien, esto no nos ha de hacer olvidar que no se le pueden pedir peras al olmo y que por muchas dosis de idealismo que se le ponga, la política se ha de ejercer con realismo ¬–esto es, con los pies en el suelo, aunque de cuando en cuando, y por exigencias del guión, se deba volar– y, sobre todo, pragmatismo.
Palabra de idealista.
Opiniones de un payaso
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Han sido varias las ocasiones en las que vecinos de la localidad en la que resido me han parado por la calle y me han preguntado si es cierto que soy yo uno de quienes están preparando una candidatura de Podemos para las próximas elecciones municipales. Un rumor que desmiento...
- José Antonio Ortega
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