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El Jueves

El pequeño Nicolás

El pequeño Nicolás, con más disfraces que el grandioso Mortadelo de Ibáñez y sus identidades falsas, han ido más lejos que lo que cualquiera pudiera imaginar: desde supuesto conseguidor de puestos en grandes empresas a agente de inteligencia (¿Anacleto?)

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Definitivamente, somos un país de truhanes. De tunantes y de fantasmas. Personas que no le dicen la verdad ni al médico. Es más, que se inventan una vida que en nada se parece a la que de verdad llevan. De esos, precisamente en Sevilla, tenemos muchos. Pero es algo que no escapa a otros lugares de nuestro país. A mi tocayo Miguel de Cervantes le hubiera encantado conocer a muchos de ellos, ya que hubiera tenido material para escribir más de lo que lo hizo.

Todo esto viene a cuento, ya se lo habrán imaginado, después de haber conocido las aventuras del pequeño Nicolás, un joven que ha llegado más lejos de lo que creo que él mismo esperaba. Su book fotográfico no tiene desperdicio. Aunque si hubiera quedado en eso, en un perfil en una red social plagado de instantáneas y en un buen álbum de fotos, no habría llegado a los informativos de todas las cadenas de televisión ni hubiera llenado más de una página de los periódicos de tirada nacional. No, el pequeño Nicolás, con más disfraces que el grandioso Mortadelo de Ibáñez y sus identidades falsas, han ido más lejos que lo que cualquiera pudiera imaginar: desde supuesto conseguidor de puestos en grandes empresas a agente de inteligencia (¿Anacleto?), pasando por negociador en asuntos que atañen a las altas esferas del Estado. Un crack de niño.

Tan lejos ha llegado todo que el ayuntamiento de Madrid ha abierto una investigación para saber el por qué de la presencia de escoltas “de verdad” en su viaje a Galicia, bajo la idea de que “alguien” de la Casa Real iba a almorzar en un restaurante. Todo esto me lleva a pensar que la historia no ha acabado aquí, como una travesura de alto nivel. No, creo que tras el pequeño Nicolás hay algo o alguien más. Y ese alguien, si existe, debe estar bien protegido o sabiendo jugar sus cartas de mejor forma. El episodio de los policías locales al menos yo no me lo explico. Alguien tendrá que justificar ese servicio pseudo-oficial, digo yo. Y también la presencia de este individuo en la toma de posesión de nuestro flamente rey. ¿Cómo o por qué llegó este muchacho hasta la mismísima recepción oficial? ¿Fallo en la seguridad?

No me negarán que esto, con un poco de imaginación, tiene una novela. Desde aquí invito a mis editoras a que se lo planteen y que dejen aparcadas otras historias, incluso las que puedan tener en este momento sobre sus mesas. Esto sí que sería un libro de éxito.

Aunque me quedo con la duda si para una colección de humor o de terror. Espero que el tiempo me despeje la incógnita.

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