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Sobredosis e imprudencias

Desde siempre se ha dicho que la virtud está en el punto medio, que la moderación está en los grandes, y que la prudencia es a los sabios lo que la radicalidad a los necios...

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Desde siempre se ha dicho que la virtud está en el punto medio, que la moderación está en los grandes, y que la prudencia es a los sabios lo que la radicalidad a los necios. Los excesos son, y bien sabido es, la raíz de muchos de los males que aquejan a la Humanidad.

Todo lo anterior, que a buen seguro suscribiría la mayor parte de ustedes, queridos lectores, no parecen entenderlo los políticos y especialmente en todo lo relacionado con sus apariciones ante los medios de comunicación. No hay más que darle un micrófono a un alcalde o poner una cámara delante de un diputado para que afloren toda clase de memeces.


La verborrea, esa incontinencia verbal que tantas perlas nos regalan a diario esos personajes adictos a salir en los programas de televisión o de radio, o en los periódicos, puede resultar divertida en boca del friki de turno, pero cuando esos excesos se convierten en algo común y corriente en cargos elegidos por esa masa de votantes llamada el Pueblo la cosa se torna más seria y nuestra sonrisa muta en frunce de entrecejo.

Los españoles, que tan aficionados somos a las boutades (o sea, gilipolleces en francés), solemos aplaudir la supuesta valentía de algunos personajes, que ostentan un inmerecido cargo público a través de las urnas, que se atreven a denunciar públicamente supuestas malas artes y corruptelas de los que nos gobiernan e incluso abogan por cambiar el “podrido” sistema democrático en el que vivimos, cayendo en la hipócrita contradicción de haber prometido o jurado la Constitución que nos regula para luego ponerla de vuelta y media, pero no caemos en la cuenta de que para denunciar supuestos comportamientos corruptos o ilegales  primero hay que ser ejemplo de virtuosidad cívica.

En lugar de intentar cambiar las cosas desde dentro y mediante las herramientas de las que está dotado el sistema, eligen el camino facilón y ausente de toda ética lanzando vituperios e injurias contra toda institución que represente valores distintos a los de su ideología partidista. Creen que escupiendo más y más arriba el Pueblo soberano dejará de mirar sus manos para ver dónde las han metido.

Lo más triste y decepcionante es que haya políticos que son serios, decentes, honestos e íntegros (sí, los hay, doy fe) que, en su ingenua imprudencia, posando al lado del impresentable de turno, hagan bueno el refrán de “con quien te ví, te comparé” cargándose así de un plumazo toda una labor de años, llena de sacrificios y entrega diaria a un trabajo que poca gente valora y muchos desconocen.

Políticos intachables y sin mácula alguna, extremadamente respetuosos con todos sus adversarios ideológicos,  que en un aciago gesto de debilidad o inconsciencia mediática son identificados por gran parte del público como un politiquillo más, tirando a la basura una reputación impecable. Y todo por estar en los medios junto al personaje equivocado en el momento más inoportuno.

En Algeciras tuvimos un alcalde que día sí, y otro también, descubría placas, cortaba cintas, inauguraba y reinauguraba todo tipo de centros, monumentos y obras varias. Era una sobreexposición continua a los medios de comunicación locales, llevando a los ciudadanos a la extenuación, a una especie de empacho mediático. Fue un ejemplo de sobredosis causada por un afán de protagonismo desmedido.

Y es que, en política, estar continuamente en el candelero puede resultar muy peligroso y desaconsejable. Medir los tiempos, dosificarse convenientemente, saber dónde, cómo y con quién aparecer en la foto es tan importante como la honradez, la inteligencia, el trabajo esforzado y la buena gobernanza en general sin perder de vista en ningún momento que ocupar un cargo público significa representar al Pueblo, a todo el Pueblo, y que éste merece un respeto quasi sagrado.

Si en la vida diaria de cualquier ciudadano un momento de descuido en cualquier ámbito, y particularmente en el profesional, puede dar como resultado una mancha en el expediente o un retraso en las expectativas de ascenso, en un político, un fallo garrafal de gran calibre puede dar como resultado la defenestración más absoluta. Los errores siempre se pagan y los grandes errores aún más.

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