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Aldeanos de Genesaret

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Los piadosos que se acerquen hoy a misa escucharán la lectura del evangelio de san Marcos en que Jesús llega a Genesaret. Dice que una vez allí algunos lo reconocieron y cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaban los enfermos en camillas, rogando que les dejase tocar al menos el borde de su manto y los que lo tocaban se ponían sanos.


Quedando a salvo la homilía o el sermón que sobre el texto haga el sacerdote, cuya voz será mucho más autorizada que la mía, sí quisiera al menos trasladar el símbolo o la enseñanza de la lectura a nuestros tiempos. Como hoy en muchos lugares, en aquellos pueblos y aldeas de tiempos de Jesús, había gente muy pobre. Enfermos y necesitados que estaban abandonados por los poderes de la época salvo para sacarles impuestos. Pero allí, en medio de ellos está uno que les da esperanza, que les salva. Sin embargo, el que puede salvarlos y sanarlos lo hace desde la misma altura o plano que el de todos estos enfermos. Jesús no aparece por encima de ellos, venido desde los cielos y recogido por una legión de ángeles a tocarlos con su gracia divina. Está allí, con ellos. Es este ejemplo de sencillez y humildad, de fraternidad, servicio, amor al prójimo y también sumisión lo que ensalza las curaciones. Poco esfuerzo le costaría a Dios, omnipotente, sanar enfermos. Pero quiere hacerlo así, sometiéndose a las leyes del mundo. Entonces, la cuestión, trasladada a nuestro tiempo, está en ver el porqué nuestra sociedad no reconoce y no confía, como lo hicieron aquellos aldeanos, en los que tienen el poder para “sanar” nuestras “enfermedades”, en los poderosos, los que detentan el poder político, económico, etc. Y es que, más allá del poco éxito que tienen en el desempeño de su cometido, dicho vulgarmente, no bajan a la calle a hacerlo. Partiendo de la base de que los que no se someten a los problemas de nuestro tiempo no pueden tener un conocimiento acertado ni de los mismos ni de sus soluciones. Porque no sirven, no en el sentido de ser útiles, sino en el de entregarse por los demás. Así tenemos que quien lleva veinte años subido a un coche oficial, ha perdido el contacto con aquellos a los que está para servir. Esa vocación se extingue y desaparece y se cambian los roles. Quien ha de servir es servido y quien debe de obedecer manda. Hoy, esa relación de confianza y mandato se ha perdido. Ha sido sustituida por la contradicción del poder respecto de sus destinatarios, y hasta que no se recupere la subordinación y el ejemplo de ese poder hacia sus legítimos dueños y el bien común, nosotros, aldeanos de Genesaret, seguiremos sin reconocer como nuestros a aquellos que dicen vienen a sanarnos.

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