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El remanso del río

Es época de esperanza, de sol caliente, de riberas reverdecidas y de sueños latentes al alcance de la mano. El mar exulta de luz y su azul se abre dulce al paso de una quilla.

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Acabo de recibir un video de esos que se coleccionan cuando el otoño asalta nuestras cabezas y, sobre todo, pone canas en el corazón. Todo cauce  guarda un remanso, que, al tiempo que sorpresa, es descanso obligado a la fatiga. Las piernas del alma necesitan un reposo tanto o más que las del cuerpo y, en su momento, se deja invadir por las nostalgias mientras recobra el aliento. Todo río tiene un recodo en que el fluir hace su sitio, y, en este video, hay un ribazo verde que acoge la esperanza. He coleccionado algunos en una carpeta, que luego no me acuerdo de buscarlos y reposan en el disco duro con sus melodías calientes.

 

La verdad es que se empieza a revivir cuando, por fin sentados, se mira hacia atrás evocando fechas de vivencias, que no son sino memoria dormida. La vida es mitad bullicio y mitad fatiga en que hacemos conscientes estas postales del recuerdo. Pero esto ocurre a intermitencias y cada vez más abundan en ella los descansos, porque son más necesarios. y las penumbras  porque son más gratificantes. Por eso llega un momento en que no hay que confiarse demasiado en el criterio humano, que no sabrá si vive o sueña como ya se advirtió en el mundo clásico. 

 

Los vídeos nostálgicos suelen tener una barquilla leve sobre un fondo claro  en que cabrillea la luz y luego, ya digo, un ribazo de verde dulce y el fondo de montañas perdidas donde no se pueda buscar la línea del final; así viene a ser otra vez principio, que los artistas tienen sus trucos para dibujar los pensamientos. Los filósofos pintan con palabras; los poetas, con emociones y los historiadores esconden la paleta porque se avergüenzan de los colores vulgares. Gracias a que la vida es mitad remanso y nos deja soñar abandonando los caminos y sentando el alma en el recodo. Recopilamos entonces las vivencias y las ordenamos para hacer cada uno el argumento de su biografía en el que nada es verdad ni mentira; ni siquiera sueño, sólo nostalgia placentera. Es alegre vivir la última parte en que se nos da permiso para recrear en un otoño permanente.

Las hojas llenan los suelos y se esconden en cada recoveco. Es el otoño que se prolonga húmedo hasta podrir los pasos de la ciudad. En esta costa sólo faltará que llueva, una lluvia cálida de goterones gruesos, para que resalten tallos nuevos de muchas plantas que andan por aquí rezagadas hasta librarse de los rigores del norte. Si no me sacan de aquí, andando el tiempo estoy seguro que habrá tallos tiernos en mi final dibujando otra vez el principio. Hoy, que hay hombres sabios, se sabe que las mariposas vuelan según un plan determinado. Toda vida, por encima de libertades, es un proyecto; la del hombre tiene sus fechas que se dan a conocer a su tiempo. Las mariposas también se paran y reposan y seguro que igualmente  gozan de cada instante vivo.       

 

El otoño en La Costa del Sol se prolonga indefinidamente. No se acaban las tardes cada vez más cortas ni la brisa húmeda que las hace profundas. Es preciso salirse a un promontorio donde no llegue el hormigón y verse  prolongado en el mar. Su bonanza es la espuma y en su monótono fluir descansa el alma: nunca he vivido con tanta serenidad como en este tiempo en que mi existencia al borde de la resaca se estira y se contrae al ritmo de la marisma. Es el compás biológico que siguen los luceros reflejados en la superficie. Y las brisas y las caracolas y el corazón de los hombres. El  biorritmo con que respira el mar y muerde la orilla indefinidamente.

 

Pero ya es primavera. La semana del dolor de la Pasión llenó las calles de cera y los naranjos bajo mi ventana recorrieron de efluvios la calleja tras el Señor. El año natural se programa y se acomoda a nuestro sentimiento. ¿O es al revés? No sabría decirlo, pero es cierto que una infinidad de tallos brillantes de vida surgen de cada rincón y emergen en la realidad cantando. Es época de esperanza, de sol caliente, de riberas reverdecidas y de sueños latentes al alcance de la mano. El mar exulta de luz y su azul se abre dulce al paso de una quilla. He puesto otra vez el video al final de la tarde, pero no puede competir con mi ventana. Sus hojas son flecos verdes y los troncos son esbeltos como de adolescentes: son mis palmeras sin brisa, quietas en la tarde. Debajo pasa un reguero de coches y los trajines de gentes inquietas que no miran hacia arriba, pero el lucero de la tarde está ya fijo celebrando el trozo de cielo. Dios nos ofrece en cada momento lo mejor que tiene y deja a nuestra libertad que escoja. Ya se van fijando algunas estrellas, cada cual en su sitio, a medida que el sol se oculta. La pantalla de mi ordenador tiene el gran río en su remanso y por la ventana se cuela el atardecido. Yo quedo indeciso. ¿Será verdad que el futuro del hombre se prepara virtual y programado?

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