Comprar una casa se ha convertido en todo un acontecimiento para esta sociedad. No hay medio de comunicación ni espacio en la red que no esté al tanto de todos y cada uno de los metros cuadrados que tiene el nuevo enclave familiar que han adquirido Pablo Iglesias e Irene Montero. Jamás hubo una compra tan compartida de la que se opine desde todas las perspectivas posibles, lográndose establecer una premisa fundamental que dentro del contexto político marcará las pautas a seguir en futuras inversiones, tanto en las formas como en el fondo. Esos 600 mil euros han causado un gran revuelo, incluso dentro del partido. Sigo leyendo a fervientes seguidores de Iglesias, confusos y procesando informaciones rescatadas hábilmente de su trayecto, observando la desilusión y el controvertido choque de valores que encierran los hechos, alejándose en demasía de los principios establecidos que lucieron aquel 15M, abono que materializó el partido de Pablo Iglesias.
No es de extrañar que los distintos frentes acudan como lobos a desmitificar al hombre de los 5 millones de votos, algo que se ha ganado a pulso, logrando tal impacto social que de forma inteligente la pareja dejará en manos de sus adscritos sus actuales cargos. Una estrategia muy avispada en el que pretenden controlar una situación que se les estaba yendo de las manos, y que particularmente pienso, se les acabará escapando.
Concretamente, creo que el hecho de comprar una casa de esas características por personas que abanderan una ideología tan “observadora de la vida de la casta” tiene que tener sus repercusiones y, me sorprende que Pablo e Irene, con ese bagaje que siempre les ha caracterizado de usar la “buena vida” de otros para sus propios intereses, no se hubiesen percatado de las posibles consecuencias que tendrían.
Quiero recordar que ser de izquierda, de esta izquierda, no es suficiente con decirlo, es un estilo de vida, un hecho que con la madurez política han olvidado. Imagino, y todo es mera suposición, que dichos líderes habrían sopesado todas las vías posibles de escape, augurando los distintos desarrollos que pudiesen llegar a tener, pero no contaron con ellos mismos, con sus batallas campales a lo largo de estos años, de los constantes mensajes que utilizaban para convencer al pueblo; los mismos mensajes que le dieron el poder, ahora se los están quitando.
Pablo Iglesias e Irene Montero han sido presos de sus propias palabras y, no por el hecho de invertir en una casa, una familia, un futuro -expresiones preciosas que podríamos enmarcar con letras de oro en cualquier chalet de la sierra-, más bien por su incoherencia política, por abanderar un ideal que han estado exprimiendo hasta la saciedad, donde el dinero y el poder económico han sido sus dos grandes bastiones a derrotar. Personalmente, no me escandaliza la compra de esa lujosa casa, pero me preocupa que a ellos tampoco.