Hace 4 años, el entonces Secretario de Estado de Cultura, José María Lasalle, escribió en EL PAÍS una tribuna bajo el título 'España en Weimar o Bolivia'. Pretendía con aquel texto alertar del auge de los que denominaba estrategias subversivas que harían que fuerzas inicialmente minoritarias pudieran desestabilizar un país gracias al populismo y la antipolítica.
Pues bien, la antipolítica ya está aquí; no hace falta que les diga que el populismo también. España es, cada día más, un país donde la emocionalidad generada por una dura crisis y las tripas de argumentos simplistas predominan sobre los razonamientos no simplificables de una sociedad y un sistema cada vez más complejos.
Junto con las ya mencionadas crisis económica y política, estamos asistiendo a una revolución tecnológica silenciosa que está transformando (o arrasando) con lo que habíamos construido en el mundo analógico de nuestros dos últimos siglos y que dieron lugar a la sociedad moderna que hasta ahora conocíamos.
Pero, el desmoronamiento de las estructuras económicas (y laborales), además de las sociales y políticas, nada tienen que ver con esas crisis, sino con el big bang tecnológico que hemos permitido que se produzca sin controles democráticos, sin debates ante la opinión pública o (casi) sin reflexión política alguna.
Sobre estas dos cuestiones versa ‘Ciberleviatán’, un ensayo distópico — que les recomiendo—, en el que el propio Lasalle diagnostica y disecciona el colapso de la democracia bajo la nueva 'dictadura' de los algoritmos, como una nueva forma de totalitarismo tecnocrático. Todavía no hemos llegado a ese punto; pero, si los partidos no populistas insisten en pactar con el populismo y la antipolítica —que es justamente lo que están haciendo— que nadie se sorprenda con las consecuencias que ello conlleve.