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Artículo Primero

Y resultó que la COVID-19 aprendió a discriminar

No, laCOVID-19 no afecta a todo el mundo por igual. Y sí, si se está quedando gente atrás.

Publicado: 13/10/2020 ·
21:25
· Actualizado: 14/10/2020 · 19:28
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Autor

Rafael Lara

Rafael Lara está en la Asociación Pro Derechos Humanos, antes por las libertades... o donde fuere por los derechos de las personas

Artículo Primero

Modestas reflexiones con aquel articulo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos

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No, laCOVID-19 no afecta a todo el mundo por igual. Y sí, si se está quedando gente atrás.

Es sabido como el virus está afectando mucho más a las personas afroamericanas en EE. UU. que al resto de la población. En Chicago, por ejemplo, hasta un 70% de las muertes por coronavirus son de personas afroamericanas, que sin embargo representan tan sólo el 30% de la población. Un reciente estudio realizado por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades ha revelado que el 75% de los menores que fallecieron por la COVID-19 en EE. UU. eran hispanos, afroamericanos y nativos americanos, cuando tan sólo significan el 41% de la población.

El virus no distingue de raza, prueba de ello es que el mismísimo Donald Trump y su esposa lo han contraído. Sin embargo, se extiende y afecta especialmente a la gente en situaciones de pobreza, que viven en condiciones más precarias, en peores escenarios de salud y por tanto con mayor riesgo de contraer enfermedades de todo tipo y menos posibilidades de recuperarse.

Judith Butler expone en su libro “Marcos de guerra: Las vidas lloradas” (2010), que todas las vidas son precarias por definición, que somos seres vulnerables y necesitamos cuidados desde un punto de vista orgánico. Pero existe una condición política de precariedadque afecta a la consideraciónde unas vidas con respecto a otras, exponiendo al daño, a la violencia y a la muerte a aquellas poblaciones a las que se las priva de recursos sociales y económicos. En esta pandemia estamos asistiendo de forma terminante a las consecuencias que está teniendo sobre la poblaciónesta clasificación entre vidas que merecen ser lloradas y aquellas que no.

Si nos acercamos a los barrios de Madrid, donde vive la gente que padece mayores situaciones de vulnerabilidad, abandonados por la política neoliberal del PP durante décadas, era esperable que tuvieran mayores posibilidades de contraer la enfermedad, y así está ocurriendo. La respuesta de Isabel Díaz, clasista y excluyente frente a los pobres, ha sido confinarlos, ha sido crear una enorme barrera entre el Norte y el Sur. Una valla normativa y represiva que separe a los pobres de los ricos. No se ha preocupado Díaz Ayuso de fortalecer los centros de salud y de atención primaria, ni de aumentar el transporte público para evitar el hacinamiento, ni de poner en marcha potentes sistemas de rastreo y cuarentenas selectivas…Ha aplicado, por el contrario, una política de precariedad que designa qué una parte de la población cuenta menos que otra.

Su feroz negativa a implementar medidas globales ineludibles para afrontar una pandemia, que ha desatado en Madrid un rebrote sin control alimentado a base de clasismo, ineficacia y gestión esperpéntica. Esta situación responde a que, por encima de la salud y la vida de los madrileños,la presidenta Ayuso usa indecentemente de rehén a toda la comunidad como ariete de desgaste contra el gobierno de Pedro Sánchez. Pero esa feroz negativa respondetambién a que desea evitar como sea que dichas medidas puedan afectar a su gente, a su clase, los ricos de la comunidad.

Con un sistema público que hace aguas por todos lados, en efecto la pandemia no afecta igual a niños y niñas que se quedaron sin escuela en marzo porque no pudieron acceder a la enseñanza telemática y seguramente además perdieron el comedor que les garantizaba una comida digna al día, que a los que se pueden pagar colegios de élite y no carecen de nada en casa.

Tampoco afecta de la misma forma a quienes apenas pueden acceder a la cita con el médico en un sistema público de salud heroico pero abandonado, colapsado y sin recursos, que a quienes tienen a su disposición centros privados a los que acuden sin cita previa.

Incluso el derecho a la protesta no se ejerce de igual forma en el caso de residir en el barrio de Salamanca o en Vallecas. Hemos asistido a una violencia policial desmesurada en las movilizaciones frente a la Asamblea de Madrid en el distrito de Vallecas, que en nada se parecen a las inexistentes medidas de control policial que se aplicaron a quienes se manifestaron en Núñez de Balboa meses antes.

¿Cómo va a afectar la pandemia del mismo modo a quienes disponen de una casa digna y suficiente que a las familias que tienen que vivir en 40 metros cuadrados? ¿Cómo va a afectar la pandemia de la misma forma a quienes tienen un trabajo digno y pueden teletrabajar adecuadamente, que a quienes trabajan precariamente y forman un ejército de trabajadores y trabajadoras pobres, porque ya el trabajo no garantiza el sostén de la vida en condiciones de dignidad?

Así que, en efecto, aunque el coronavirus no distinga entre los países de origen ni entre personas de una u otra raza, si encuentra su mejor caldo de cultivo en el hacinamiento y la falta de recursos para poder poner en marcha unos mínimos sistemas de protección y prevención. Sí, el coronavirus entiende de clases y sabe de pobres y ricos, lo ha aprendido de quienes deciden que siendo todos seres precarios, algunas vidas serán lloradas y otras no.

El problema es además que la falta de esos recursos, al contrario de las intenciones manifestadas por el gobierno, sí que está dejando a mucha gente atrás. Si amablemente me siguen cediendo este espacio, podremos abundar sobre ello en una próxima ocasión.

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