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Navidades

La juventud navega en un mar de escepticismo, relativismo y pragmatismo que no encaja con la misión redentora de un Cristo contado en los evangelios.

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La Redención es el dogma clave del cristianismo: Jesucristo con su naturaleza divina paga con la muerte y rescata con sus méritos a un hombre perdido. Este lenguaje no atrae al hombre posmoderno; ni hará por comprenderlo en su indiferencia agnóstica sustentada por el hedonismo.
El grupo se conforma por modas y la actual tiene una buena dosis de paganismo activo que está despoblando las iglesias como nunca se ha conocido. Y las perspectivas no son mejores.
La juventud navega en un mar de escepticismo, relativismo y pragmatismo que no encaja con la misión redentora de un Cristo contado en los evangelios. Para unos esto es el final de un mundo avocado a la catástrofe y para otros es el nuevo camino de la verdad que se abre paso hacia un mundo nuevo libre de mitos y dogmas apolillados.
Sin embargo el folclore religioso está más de moda que nunca. Las procesiones, especialmente las de Semana Santa, son una explosión de participación y ambiente acogedor al espectáculo que se escenifica por las calles en un desfile en su mayoría bastante lejano al sentido místico de la liturgia de estas fechas.
Algo parecido ocurre con las fiestas navideñas en que el redentor nace de forma un tanto original en una cueva del pequeño poblado de Belén. El tono profundo del mensaje de esta narración evangélica es una cuestión de iniciados y no se parece en nada la celebración ciudadana a la de un convento de religiosas contemplativas. La teología, que antes llegaba al pueblo hasta en los Autos Sacramentales, entre la juventud se ha perdido sin remedio y haría falta una vuelta a una catequización en masa que no tiene visos de ser posible. Porque las iglesias, salvo en una menguante también práctica de sacramentos, matrimonios y bautismos, están casi vacías de gente joven. Hay una clara intención por parte de cierta izquierda de no fomentar la creencia cristiana, interpretada como aliada tradicional de un capitalismo asocial y prepotente.
No sé cómo saldremos de este laberinto pero las cosas suelen alcanzar solución de forma inesperada, sin prever cómo. Es lo cierto que en la izquierda hay un mensaje aprovechable si descartamos unos pocos extremados, lo hay en una derecha agitada por una minoría montaraz y en la Iglesia hay suficientes raíces cristianas de dignidad humana como para que se asimilaran estas tendencias en su seno una vez limpia de alguna generación desfasada. No es tan difícil y ojalá naciera este propósito entre personas de buena voluntad.
Muy bien podría ser éste el deseo vivo de esta navidad que se nos entra ya mismo en nuestras vidas. Pero un deseo acompañado de praxis de acercamiento y dejarnos de tanto video de felicitaciones abstractas, descafeinadas y estúpidas que nos llevan a un mundo sin contenido. Felicidades no quiero desear ni felices fiestas ni nada por el estilo que no tiene porvenir y contribuye a formar un mundo virtual de tontos esperando la bendición de Dios. Dios nos dice que nos apliquemos al remedio, así que el deseo lo estructuro como: Te deseo un regalo del cielo, que nos interesemos unos con otros por soportarnos, aceptarnos, acogernos. Aunque seamos de distinto partido. Que algunos se van a ir al otro lado con enfado sin la cuenta corriente y los otros con un berrinche amargo como la orza de las aceitunas de hostilidad contra los que han atesorado. Y a algunos curas les van a bajar los humos para entrar de poco santos. Todo esto deseo.

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