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Johan Cruyff

"Con Cruyff cambió mi visión del fútbol. Y lo digo ahora que todo el mundo está diciendo lo mismo, pero es que es verdad"

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Me parece que fue en mil novecientos setenta y cuatro: yo era un adolescente y alguien me llevó al Camp Nou. Debutaba Johan Cruyff con la camiseta blaugrana, así que Barcelona era un clamor. Para mi el fútbol era entonces una algarabía sin orden ni concierto donde patadón a patadón se buscaba introducir el balón en la portería contraria. Mis conocimientos técnicos eran escasos, aunque en la taberna de Cayetano, aquí en la calle del Molino, había escuchado en mi infancia cómo los hombres discutían por un fuera de juego, que entonces se llamaba offside y que los parroquianos de Cayetano andaluzaban y llamaba orzái. “Gento está en orzái, cojones. Lo que pasa es que tú no ves nada más que lo que te conviene”, se gritaban unos a otros mientras la televisión retransmitía la repetición de la jugada.

Con Cruyff cambió mi visión del fútbol. Y lo digo ahora que todo el mundo está diciendo lo mismo, pero es que es verdad. Ver jugar a aquel hombre adorado desde el minuto uno del primer tiempo por la hinchada culé, era un espectáculo donde ya no era el gol la única meta, sino el disfrute del fútbol en sentido amplio, con sus posicionamientos, tácticas, marcajes, etcétera. No es, evidentemente, que todos esos condimentos futbolísticos los inventara Cruyff, pero es verdad que él potenció todos y cada uno de ellos porque era lo que los comentaristas deportivos llaman un jugador total, o sea, que defendía, coordinaba y marcaba unos goles mágicos.
Después de aquel partido seguí a Cruyff, ya en la televisión. Y estuve a este poquito de traicionar a mi equipo, que entonces era el Valencia C.F., y hacerme del Barcelona. Menos mal que pude resistirme, cosa que no pude lograr en mil novecientos ochenta, cuando me hice de la Real Sociedad hechizado por las paradas de Luis Miguel Arconada.

Estos días de Semana Santa, entre dos procesiones, crucificado por el cáncer, ha muerto Cruyff. Se muere, claro que sí, otro trozo de nuestra adolescencia, de nuestra juventud. Ya he dicho que a partir de cierta edad, más o menos la que tiene uno, no hacemos otra cosa que enterrar gente querida, lo que es lo mismo que enterrar trozos de nosotros.
Pero con el dolor por su muerte siente uno también la alegría por haberlo tenido, por haberlo visto jugar aquel domingo adolescente del Camp Nou, donde aprendí, en sólo noventa minutos, que el fútbol es un arte, una mezcla de inteligencia y habilidad.

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