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'El 47': Diginidad, compromiso y memoria con un Eduard Fernández inconmensurable

Emocionante, aunque con cierta tendencia a lo maniqueo, ‘El 47’ se levanta en torno al trabajo de un actor descomunal

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Como decía Guillermo Cabrera Infante, las películas son buenas o malas, pero, en el caso de  El 47, hay una sensación que prevalece por encima de tal distinción. Es una película emocionante, de las que llegan al corazón, sin sensiblerías ni lágrima fácil, a partir de una verdad forjada en torno al trabajo de un actor descomunal, Eduard Fernández, que aquí se echa la película a sus espaldas para dotarla de fuerza y autenticidad, tal vez, la que se le escurre al director de la cinta, Marcel Barrena, cuando pretende subrayar determinados aspectos y situaciones con cierta tendencia al maniqueísmo, pero que no acaban por desmerecer la que, sin duda, es su mejor filme hasta la fecha tras la interesante 100 metros y la notable Mediterráneo.  

Basada en hechos reales y, muy especialmente, en la trayectoria de Manuel Vital, uno de los muchos emigrantes extremeños -y andaluces- que construyeron con sus manos el barrio de Torre Baró en las afueras de Barcelona desde finales de los años 50, a donde llegaron huyendo de la miseria y de la persecución aún latente tras la guerra civil, el principal mérito de la película reside en su capacidad para edificar su estructura sobre tres pilares argumentales fundamentales: la dignidad, el compromiso y la memoria, que son la esencia desde la que Fernández levanta el interés de la historia, más allá de su anécdota principal en torno al autobús que da título a la cinta.

Y cito el caso de Eduard Fernández porque es inevitable, pero junto a él hay que destacar la presencia de una actriz sensacional, Clara Segura, relegada hasta ahora a papeles secundarios y televisivos, pero que aquí aporta una humanidad y una grandeza necesarias para entender esos valores que encarna el protagonista, así como la participación de la joven Zoe Bonafonte, que da vida a la hija de Vital y de la que Barrena extrae un magnífico partido en la secuencia final, con un dificilísimo y primerísimo plano mientras interpreta el Gallo rojo, gallo negro de Chicho Sánchez Ferlosio.

Si otros de los personajes destacados, caso de los interpretados por Salva Reina y David Verdaguer, no están a mejor nivel se debe a ese maniqueísmo ya citado en el que la película incurre en algunos momentos, pese a que otro de sus méritos reside, precisamente, en no caer en contar una historia sobre buenos y malos, de la misma forma que no busca la lágrima gratuita ni es presa de buenas intenciones, sino que persigue la constante de esa emoción consumada en los minutos finales que son en los que El 47 se reivindica como una película grande, con sus defectos, pero grande, a semejanza del buen cine, del que permanece intacto en nuestra memoria pasado el tiempo.

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