La pandemia ha obligado a Disney a estrenar directamente en plataformas la última creación de Pixar. Lleva por título
Soul y la codirigen Pete Docter y Kemp Powers. Docter ya contaba entre sus créditos con
Up y
Del revés, y, de hecho, bucea en algunas de sus claves emocionales y visuales para esta nueva, sugerente y siempre distinta propuesta del estudio en busca de nuevas cumbres de la animación, que aquí alcanzan unas cotas sublimes en las secuencias musicales, por la precisión con la que la banda de jazz interpreta cada uno de los instrumentos sobre el escenario -no hay que saber tocar el piano para llegar a la conclusión de que cada una de las teclas que pulsa el protagonista es la correcta-.
Tampoco sé cuál habría sido el resultado en taquilla de esta película de haber llegado a las salas comerciales, pero dudo que responda a las expectativas del público menos adulto, debido a la trascendencia argumental, a los continuos giros y saltos de guión -del plano real al cuántico- y al propio tono de la película, más conservador en los registros cómicos que en otras ocasiones, aunque preserve un mensaje final lo suficientemente universal como para redondear una función satisfactoria.
Cuenta la historia de un profesor de música, virtuoso pianista de jazz, que sueña con triunfar sobre los escenarios. Sin embargo, cuando consigue ser reclutado por una banda de prestigio sufre un accidente mortal y queda atrapado en el “más atrás”, el lugar donde se forman las almas de los futuros recién nacidos y en el que deberá ejercer de mentor de una de ellas. Su propósito, en cualquier caso, es conseguir volver a su cuerpo, revivirlo y cumplir su sueño, pero ese viaje de vuelta, que lo es también a título interior, acaba trabado por sucesivas complicaciones y vicisitudes en las que surge asimismo la pausa y la oportunidad de descifrar la emoción de vivir.
Sobre Soul pesa la sensación de visitar excesivos lugares comunes a los ya retratados por Docter en
Del revés, y, aunque se agradezca, su delicadeza sentimental remite también a la del entrañable viejo gruñón de
Up, pero se crece igualmente desde su madurez creativa, desde el afán desmedido por el detalle, por la recreación del paisaje urbano neoyorquino, por la definición de sus personajes, y el notable acierto de resultar conmovedora a partir de la íntima belleza del vuelo de una hoja o del reencuentro familiar a través de los ojos de un extraño.