Para saber si
Reyes de la noche es una buena serie sería preferible recurrir a la opinión de algún crítico sueco o alemán, sobre todo para eludir las interferencias particulares, porque, pese al rótulo de advertencia inicial, resulta imposible disociar el retrato de los personajes, las situaciones y los escenarios que aparecen retratados con respecto a un momento y una realidad concreta de la radio española de los 80 y 90. Mi impresión personal -más bien particular- es que la nueva serie estrella de Movistar es un quiero y puedo a la hora de ajustar cuentas con el pasado, pero lo hace sin rigor y sin gracia -pese al excelente trabajo de sus protagonistas, en especial Javier Gutiérrez-, desde el momento en que parte de un engaño evidente: no es una serie sobre la rivalidad entre José María García y José Ramón de la Morena, sino una serie sobre García y, más allá, sobre la victoria de la Ser sobre la Cope. De hecho, el personaje de Paco El Cóndor es el vivo retrato de García -desde la altura a la entonación-, mientras que la recreación de las supuestas emisoras no dejan lugar a la duda: donde en una todo es luz y modernidad, en la otra es oscuridad y olor a naftalina.
El resultado es una historia de buenos y malos que deambula por el remedo a tientas con la realidad, con el inconveniente de que lo primero supone un lastre absoluto para lo segundo. Porque remedo es el casi vulgar y burlesco acercamiento que se hace a la radio que se practicaba en aquellos años, a la gente de la radio, a los secundarios de los programas estrella, convertidos aquí en meros botarates, y al propio universo futbolístico -las narraciones en directo de los partidos e incluso la trama del árbitro comprado provocan cierto sonrojo-. Y todo eso va en detrimento de la carga dramática y de los destellos -que también los hay- a la hora de reflejar el poder que ostentaban determinadas estrellas radiofónicas, sus en ocasiones malas artes, la enorme influencia de la que ellos y sus medios gozaban en aquellos tiempos sin televisiones privadas ni internet, y la delgada línea que separa la cima del vacío, como se aprecia en la secuencia final, posiblemente lo mejor de los seis capítulos.
Al final, queda la sensación de un guion revanchista, como si hubiese sido escrito de oídas, y en el que se da más valor a las leyendas urbanas que al gran trabajo periodístico que se hacía en los programas de referencia, por mucho que lo hayan disfrazado de ficción y de supuesta comedia.