En cuanto al maravilloso y áspero libro
Los viajes de Gulliver, hay quienes se regodean en el nauseabundo vómito que cae sobre los hombres —miserable raza de simios— y en la turbulenta vida de su autor, en la pobreza de su infancia, sus cuitas en Inglaterra como subalterno del baronet William Temple y su falta de promoción por omisiones de éste; sus desbarajustes como sacerdote anglicano, su regreso a Irlanda, donde continuaron las adversidades. Ya para entonces empiezan a aparecer sus primeros textos satíricos, como panfletario modélico, en diferentes materias (política, religión, sociedad, etc.); sus oscuras relaciones presuntamente sentimentales con la misteriosa Stella, protegida de Temple, de las que nos dejó su
Journal to Stella (
Diario para Estrella, elaborado
entre 1762 y 1766, obra póstuma estimada como fundamental de la literatura amorosa en lengua inglesa y una preciosa fuente de datos sobre la época), o su poderosa influencia en el partido
Tory —habiendo pertenecido antes a los
whigs— cuando empezó a inspirar un franco temor por sus dotes satíricas en todos los aspectos de la realidad humana. Swift fue considerado un
whig en política y un
tory en religión. Consiguió, por sus amistades, el deanato de la Catedral de San Patricio de Dublín, sin lograr el obispado debido a las pérfidas influencias de la reina Ana, quien fue para Swift una auténtica bruja. Hubo otro amor, el de Esther Vanhomrigh (
Vanessa), que también tuvo su fruto literario en el poema, compuesto en 1713 y publicado en 1726,
Cadenus and Vanessa. Y ahora empieza la campaña de Swift a favor de la sojuzgada Irlanda, sus protestas contra el hambre en la colonia británica. Muchos de estos escritos textos fueron anónimos y se elevaron a su punto álgido con
A modest proposal (
Una modesta proposición), de 1729, donde se recomienda resolver la tribulación de los campesinos, que no pueden alimentar a sus hijos porque no tienen para pagar el arrendamiento de sus tierras a los intolerantes terratenientes ingleses, haciendo que éstos se coman a esos hijos abonando un precio por ellos.
Me ha asegurado un joven americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño saludable y bien criado constituye, al año de edad, el alimento más delicioso, nutritivo y sano, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y yo no dudo que servirá igualmente en un fricasé o en un guisado. Este libro hizo que Swift fuera considerado un patriota irlandés; sin postergar que él fue más de fobias que de filias. Lo excitante de “la modesta proposición” es cómo se puede montar una defensa de la bestialidad antropófaga sobre las
comprobaciones más lógicas. La búsqueda de la razón, parece insinuar Swift, puede ir más allá de los límites de la humanidad y la cordura. En el siglo XVIII hubo mucha sátira contra la reforma racional de la sociedad por las exageraciones o desvíos de los reformadores. Es como si la
propuesta de Swift dibujase la historia humana como una farsa oscura y sin sentido, como preludiando el teatro del absurdo…
En cierto modo, estas ideaciones recuerdan las de Oskar Panizza (1853-1921), médico y escritor germano, soñador y trastornado como Swift. La persecución que sufrirá Panizza será peor que la del creador de Gulliver. La adscripción a la demencia de uno y otro son análogas; si son conceptuados como locos lo son por su rebelión contra las respectivas sociedades en las que están situados. Swift rebate a los humanos; Panizza a los dioses, es decir, a los mitos del cristianismo: Dios, Jesucristo y la Virgen María (a la postre, otra manera de rebatir a los humanos). Antropofobia y teofobia se complementan en la confutación del todo. En los dos casos la crítica supera la cronología y se hace atemporal. Desde un determinado ángulo esa crítica sigue en vigor. Panizza también atacó en sus obras al Estado, la autoridad, las iglesias y los conceptos morales hegemónicos. Un conjunto de objeciones vitriólicas contra un sistema establecido que fue, es y será, justamente el mismo, el de los detentadores de un poder perennemente ilegítimo porque no podía evitar la opresión que le era ingénita.
Swift también publicó de forma anónima las cuatro partes de
Los viajes de Gulliver en 1726, aunque las dos primeras fueron probablemente escritas hacia 1720. La parte IV se escribiría en 1723 y la III en 1724. Texto complejo, obra maestra y la más universalmente conocida de Swift. Continuaban sus reveses y frustraciones que lo convertirían en un recalcitrante misántropo enemigo de la ingenua euforia de la Ilustración o fustigador de las infatuaciones de las ciencias como conocimiento omnímodo. Pero Gulliver no se agota, como
ente
ficticio, en la misantropía; es, también, sarcásticamente, la hipérbole de un colonizador inglés proveído de considerables defectos.
Los viajes fue una obra excepcionalmente popular que sufrió manipulaciones, y cuyo manuscrito se perdió, aunque luego fue encontrado y revisado por Swift. El libro contradecía el individualismo político de Thomas Hobbes y la extrema confianza en el hombre de Daniel Defoe.
Es en
Leviatán (1651) donde Hobbes expone su modelo de pacto social vinculado al estado de naturaleza. Antes de la fundación del Estado, impera la ley natural del más fuerte. En este estado de naturaleza, no se reconoce ni respeta ningún derecho: todos se consideran con derecho a todo. Es una situación de caos total, de “guerra de todos contra todos” (
bellum omnium contra omnes), en la que “el hombre es un lobo para el hombre” (
homo homini lupus est) y todos temen por sus vidas. Se hace necesario un pacto o contrato social que dará origen al Estado. Para garantizar cierto orden y estabilidad, los individuos ceden incondicional e irrevocablemente todos sus derechos a favor de una sola persona: el soberano. El pacto no puede ser revocado, si no se quiere recaer en el peligroso estado de naturaleza. Como conclusión de estas premisas tenemos la fundación de los Estados autoritarios como únicos garantes de la paz, del orden y de la seguridad.
En outre, la obra de Swift puede ser considerada un desmentido al buenismo de Daniel Defoe sobre la convertibilidad humana para el raciocinio y el progreso, como se aprecia en su popularísima novela
Robinson Crusoe (1719), la cual ha sido leída como una alegoría del proceso civilizador; como manifiesto del individualismo económico; y como expresión de los deseos coloniales europeos. En su interpretación, Tess Lewis habla de un desarrollo sobre la intención de Defoe como autor, “usar el individualismo para significar la inconformidad en la religión y las admirables cualidades de la autosuficiencia”. Se volvía a los beneficios del individuo. Crusoe intenta reproducir su sociedad en la isla y esto se logra por el uso de tecnología europea, agricultura e incluso una jerarquía política rudimentaria. “Su propiedad sobre los objetos y los animales —desvela Michael Gurnow— se transforma rápidamente en domesticación y propiedad de las personas. Una vez más, esto es simplemente una extensión de uno de los credos de la civilización: una persona debe controlar su entorno”. La relación idealizada amo-sirviente (amo-esclavo), entre Crusoe y Viernes era,
indudablemente, despreciable; como despreciable era la asimilación cultural reflejada en dicha relación, pero todavía más la intoxicación religiosa del pestilente puritanismo de Defoe, la necesidad insaciable de Dios en medio de la naturaleza. Resonaban las palabras de James Joyce sobre Robinson: “Es el verdadero prototipo del colono británico... Todo el espíritu anglosajón está en Crusoe: la independencia varonil, la crueldad inconsciente, la perseverancia, la inteligencia lenta pero eficiente, la apatía sexual, la taciturnidad calculadora”.
Swift padeció una enfermedad neurológica no determinada que se mostraba mediante zumbidos y pitidos en los oídos (acúfenos), desorientación, pérdida de memoria, incapacidad de reconocer a sus semejantes y entender el lenguaje. Esta dolencia le produjo muchos sufrimientos; y, para colmo, le salió un tumor en un ojo que le impedía leer. Él se daba cuenta de ello y decía: “estoy loco”. Se comenta que, cercano ya a la defunción, escribió: “Ha llegado para mí el momento de romper con este mundo: voy a morir rabioso, como una rata envenenada en su agujero”. Dejó su dinero y bienes a los necesitados y ordenó que se construyera a sus expensas un manicomio. Esto es información básica. Lo bueno es lo que afirman los especialistas en Swift.
En una carta a Pope, Swift declaró que su objetivo no era contentar al mundo, sino afligirlo. Su postura fue radicalmente anti-roussoniana, anti-ilustrada, anti-idealista, enfrentándose a los fetiches del Siglo Ilustrado y sus utopismos desaforados, y resaltando los factores irracionales de la humanidad. “Yo no odio al hombre —dice en otra carta asimismo dirigida a Pope, en noviembre de 1725—, sois los partidarios de la razón los que lo odiáis al enojaros cuando os decepciona”. Hay síntomas neuróticos en la obra de Swift que resultan evidentes, más aún, conscientes ejemplos de la locura que mueve al mundo, la cual elogia en el más admirable fragmento de la
Historia de una barrica. Swift agita con su escritura las defecaciones para hacer que el olor se propague como clave de su pasión excremental. En
Los Viajes, el autor lleva a cabo una biliosa diatriba contra la sociedad en la que vivió y las lacras del ser humano. La política, la religión y la moral: todo está contaminado por la imbecilidad del hombre. “Cuando en el mundo aparece un auténtico genio se le puede distinguir por este signo: todos los necios se conjuran contra él”, enunciaría. Swift publicó su famosa obra bajo el pseudónimo de Lemuel Gulliver, y su título original fue
Viajes hechos por varias remotas naciones del Mundo. De inmediato se convirtió en un éxito de ventas. El libro está cargado de simbolismo y plagado de comentarios satíricos y atrabiliarios contra la corrupción pública, los vicios y los desastres de la humanidad, siendo también una crítica a la guerra y a los tenebrosos orígenes que la impulsan. Destacan el asco por los hombres, la repulsión por el poder político, la impugnación de toda forma de moralidad. Pero la locura de Swift fue también un ostracismo al que le condenaron sus contemporáneos por sus refutaciones contra el
pensamiento único de su tiempo así como por sus audacias verbales.
Swift escribió: “De año en año, y aun de mes en mes, me siento impulsado cada vez más al odio y a la venganza; y mi inteligencia es tan intensa que me obliga a desenmascarar la locura y la cobardía de este pueblo esclavo en cuyo seno vivo” (aludía a los irlandeses y dijo: “Irlanda, el país que odio”, a pesar de su defensa de los derechos de sus ciudadanos).
Son dignas de recordarse muchas citas célebres del escritor. “Dichoso el que no espera nada porque siempre estará satisfecho”; o “Siempre he creído que no importa cuántos disparos falle…, acertaré en el siguiente”; o “La ambición lleva a los hombres a ejecutar los menesteres más viles: por eso para trepar se adopta la misma posición que para arrastrarse”; o esta otra: “La censura es el tributo que un hombre paga al público por ser eminente”.
Ni paz, ni armonía, ni conciliación, sino indignidad trascendida de la vida, frente a lo que sólo cabía la honestidad y la verdad de unos pocos atrevidos como él dispuestos a combatir las mentiras y las ideologías falaces. Paulatinamente, Swift se iba convirtiendo en un defensor de sus “odiados” irlandeses y de los abusos del gobierno del Reino Unido contra Irlanda. También fue haciéndose un maestro de la parodia y el escarnio, elementos que usó en
Los viajes de Gulliver, aprovechando la popularidad de los “libros de viajes” en el siglo XVIII. En este libro, Swift empieza con un divertimiento, pero, al final, evoluciona hacia un fiero alegato contra la indecencia y la infamia de los humanos. La corte de Liliput es un reflejo de la de Inglaterra —Liliput es mortal enemigo de Blefuscu (Francia)— y aparece con toda su ridiculez a los ojos de Gulliver, como la dislocada exaltación de la monarquía por parte de unos súbditos —los cuales miden más o menos quince centímetros— que no son más que cucarachas aduladoras y sumisas; por cierto, igual que sigue ocurriendo en el día de hoy, como se comprueba en los jubileos de la reina, en las bodas y los nacimientos reales, etc. Un populacho aullante ante el palacio de Buckingham agitando banderitas de la
Union Jack en una penosa evidencia de histeria colectiva. El mundo nunca es suficiente.