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Hablillas

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Parece que fue ayer cuando entré en la redacción de la calle San Nicolás para dejar la primera y que titulé 'Despegar'.

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Parece que la sección se ha rebelado y quisiera tener hoy protagonismo. Por qué no, también tiene derecho a que estos tres minutos se refieran a ella misma. Hoy bajará de esa especie de almena donde aparece encaramada todas las semanas desde hace doce años. Ahí es nada y aunque se trate de un tópico, parece que fue ayer cuando entré en la redacción de la calle San Nicolás para dejar la primera y que titulé Despegar. Porque realmente despegaba y si lo hacía con acierto tal vez llegara a la semana siguiente para despegar de nuevo.

Iniciaba una etapa que encaré con muchísima ilusión a pesar de los vaticinios de esos amigos circunstanciales -que aún hoy me pregunto de dónde salieron-  para aconsejarme sobre mi permanencia en el periódico, tan efímera como un mes tirando por largo. Nos remitimos a las pruebas para comprobar cuánto ha estirado. Dejando a un lado esta nota, el caso es que en estos doce años las hablillas han tratado aquello que pudieran motivarlas. Cuarenta y cinco renglones escritos que se transformaron en tres minutos de lectura con la intención de distraer más que de opinar. Cuando hablé con mi maestro, José González Barba, de esto último no sólo estuvo de acuerdo sino que me animó a ello.

Es el momento de hacer una aclaración, el nombre de la sección lo tomé de un programa de radio que hacían él y Germán Caos en Radio Juventud de Cádiz. Se llamaba “hablillas de canapé”. A través de las ondas recreaban una conversación que se desarrollaba en una plaza. A lo largo de media hora charlaban de casi todo y aunque yo no tuve ocasión de oírlo fue tanto lo que me habló de esta etapa radiofónica que le pedí prestado parte del título del programa, préstamo que no dudó en satisfacer. Desde entonces hasta ahora los cambios son evidentes. Y es aquí donde saldrán los comentarios, los que encerrarán en esos casilleros tan cuadrados como las mentes de los que los firman.

Lástima de tiempo perdido, pido disculpas por el trastorno ocasionado, por el sacrificio que hacen al leer y no entender lo que escribo, según dicen. Pero en el fondo me alegro de que las lean aunque sea para darse cuenta de que no las tienen que leer. Mi amigo Juan Mena mostrará su desacuerdo con tanta repetición, pero las mentes firmantes, cuadradas y comentaristas aprecian la figura retórica. En cualquier caso estos comentarios han sido mínimos. Afortunadamente me han llegado muchos favorables y críticos de los que he aprendido muchísimo. A todos ellos, a los favorables, agradables, críticos y contrarios les doy mi más sincero agradecimiento. Y al periódico, en la figura de los directores y redactores por su paciencia –he tenido la suerte de conocer a unos cuantos, por lo que no los citaré por temor a olvidarme de alguno- y a los colaboradores con los que he compartido página. Gracias a todos.

Y es que hoy es un día especial porque es el primer domingo de la iluminación navideña más larga que conoce la historia de La Isla, el primer domingo de Adviento, el día primero de diciembre, que festeja a San Eloy, el patrón de los orfebres, plateros y numismáticos, el día en que el termómetro no subirá de los catorce grados ni bajará de los cuatro, el día en que esta hablilla llega al número 600. Ha llovido, venteado y acalorado desde aquel 4 de abril de 2001 y le aseguro, amigo lector, que me siento ante el teclado con una ilusión que se renueva todas las semanas. Tengo que darle gracias a usted, sobre todo a usted, por seguir al otro lado del periódico movido por la curiosidad que le sugieren estos renglones. Y me doy cuenta de la suerte que tengo.

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