La indignación salta de cero a 96 km/h en una décima de segundo como la lengua de un camaleón. Caminar junto al mar se estaba convirtiendo en actividad de riesgo. Bicicletas y patinetes atropellaban a sus anchas. En este ambiente de duelo al sol entre pedestres y ciclistas, ambos solos, ante el peligro municipal surge la ordenanza coja de movilidad. El paseado domingo, la asociación Ruedas Redondas convocó a la bocina y timbres más de 8.000 vecinos, divida o multiplique a su gusto, para protestar contra la normativa a medio cocer. Cuando aparecieron pintados los carriles del 30 km por ahora, velocidad crucero de la capital tortuga, nadie ha quedado satisfecho. De tal forma que las vías rápidas de 50 km por hora están dando lindos espectáculos de adelantamientos F1 con Fernandos y Fernandinas Alonsos dando dentelladas melladas a unos metros de asfalto. Todo para escapar del modo procesión. En este clima de neotiesura al límite, de nervios y cabreo al milisegundo, avanzamos a la velocidad de un carro de bueyes como la actual campaña de bakuninción. Son estos reaprietes de andar por casa los que rebosan el vaso comunicante de la paciencia, los fulminantes del hartazgo ante las ocurrencias multables. Tras la manifestación dominical, los municipales amagaban con boletear a unos ciclistas insurrectos por circular por la acera frente al Morlaco ante la estupefacción de los andarines enmascarados.
Ojos de plato
Ojos de plato. Indignación sobre ruedas
La indignación salta de cero a 96 km/h en una décima de segundo como la lengua de un camaleón
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