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El pobrecito hablador

Paquita

Mi tocaya no alcanza a comprender que haya enfermos en pasillos de los hospitales

Paquita tiene 91 años, y es una de esas mujeres que han trabajado toda la vida pensando en llegar a una jubilación relajada y cómoda. Tiene la sabiduría que dan los años y la valentía de quien no tiene nada que perder, y así lo expresa, incluso en un plató de televisión.

Paquita, como yo, no entiende que una mujer, simplemente por el hecho de serlo, cobre menos sueldo que un hombre. No entiende que alguien pueda sentirse orgulloso de haberle subido la pensión dos euros al mes, unos 24 euros al año, suficientes para un fin de semana en la Seychelles, si los administras bien.
Paquita no comprende como se quiere volver a llenar la hucha de las pensiones, ofreciendo contratos que prácticamente no cotizan, y al igual que a mí, no le entra en la cabeza que se diga que la economía va bien, porque la suya, la doméstica, la del día a día, va de Guatemala a Guatelosiguiente.

Ninguno de los dos asimilamos que pasen hambre el que trabaja y el que está parado, y que pasen frío tanto el que tiene casa como el que duerme en la calle bajo un cartón. Ese mérito hay que reconocérselo al Gobierno: nos ha igualado a todos.

Mi tocaya no alcanza a comprender que haya enfermos en los pasillos de los hospitales, que no haya camas, ni médicos, ni habitaciones para que puedan ser atendidos, y que si les preguntas a los responsables, ninguno haya recortado en Sanidad.

Paquita desconoce a cómo está el kilo de puerta giratoria, pero sí sabe que nos está saliendo por un pico, más o menos al mismo precio que el metro de autopista o cada flotador que enganchamos a los bancos.

Paquita no tiene edad para juergas, pero está pagando la de otros, esos que nos hablan de austeridad, de bajarnos el sueldo o quitarnos el frío a base de pelearnos con el cuñado más cercano. Pero España sube disparada, imparable. Espero llegar a la edad de Paquita con su misma claridad de ideas y su misma valentía para expresarlas. Yo creo que no tendré problemas; a este ritmo, uno no podrá morirse porque no tendremos donde caernos muertos. Y menos aún ver la luz al final del túnel. Mejor dejarla apagada.

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