El 17 de junio de 1953, José de las Cuevas publicaba un gran artículo en ABC definiendo a la ciudad de El Puerto de Santa María como “La Ciudad de los Cien Palacios”, preciosa definición de nuestra ciudad que quedaría recogida en el vocablo cotidiano de todos y cada uno de los portuenses.
En efecto, El Puerto de Santa María durante los siglos XVII y XVIII lograría convertirse en una pieza angular y básica en el comercio con el Nuevo Mundo, papel próspero que auguraría una larga etapa de riquezas y fortunas, las cuales atraerían a una gran serie de burgueses y comerciantes tanto españoles como extranjeros en la búsqueda de nuevos retos, además de ampliar sus círculos comerciales.
Estos nuevos comerciantes tendrían un papel importantísimo tanto en la vida económica como en el propio gobierno local.
Fruto de este portentoso y amplio comercio con las Indias, la ciudad de El Puerto iría recibiendo a un sinfín de familias comerciantes y adineradas que poco a poco se establecerían y modernizarían la arquitectura de la nueva urbe. Estos nuevos inquilinos procedían en buena parte de la aristocracia de origen vasco-navarro, sin obviar, claro está, la presencia extranjera representada en familias de comerciantes italianos o flamencos.
A estos nuevos burgueses se les conocería con el nombre de “Cargadores de Indias”, actividad comercial que se va acentuando y desarrollando en nuestra ciudad hasta tal punto de crear un modo y estilo de vida particular, además de perseguir el tan ansiado objetivo de ennoblecerse a través de su enriquecimiento y vínculos matrimoniales con los miembros de la baja nobleza, los hidalgos. Así mismo, estos ricos señores comienzan a desarrollar la construcción de un nuevo tipo de inmueble arquitectónico, conocido como “Casas-palacios”, con la finalidad de poder reflejar a la sociedad el alto status social y económico del que gozaban.
Es por ello, que El Puerto se convierte definitivamente en un destino económico y comercial primordial para todas estas familias, como es el caso de los Araníbar, Vizarrón, Eguiarreta, Valdivieso, Voss, Rivas…, entre otras muchas.
Las Casas-palacios no son algo autóctonamente portuense, sino que se dan en las distintas localidades de la Bahía de Cádiz que tuvieron un papel protagonista en el comercio ultramarino, sobre todo a partir del año 1717, año en el que la Casa de la Contratación de Indias se traslada de Sevilla a Cádiz, lo que convierte a ciudades como El Puerto de Santa María y Sanlúcar de Barrameda en uno de los puntos más neurálgicos de todo este tránsito comercial.
Estos edificios de los Cargadores a Indias era un tipo de vivienda doméstica que se adaptaba a todas las necesidades de tipo comercial que desarrollaban sus dueños, siendo a su vez el máximo símbolo de la prosperidad que ostentaban. Es importante resaltar que dichos edificios cumplían una triple función, es decir, funcionaban como vivienda de los señores, además de englobar las oficinas y los almacenes propios de sus respectivos negocios.
Así pues, estos lujosos inmuebles que comienzan a embellecer la trama arquitectónica de la ciudad siguen un mismo patrón arquitectónico basado en una gran portada con columnas italianas que portan a su vez un gran hueco adintelado donde se enclaustra el escudo del fundador de la misma. En general, todas siguen un mismo patrón de corte italiano, presentando un alzado compuesto por tres grandes plantas, accediéndose a la primera de ellas a través de la casapuerta.
Una vez dentro, encontramos un patio porticado compuesto de columnas de mármol de orden clásico donde podemos encontrar una fuente central y una gran escalera, ya sea central o lateral que nos adentra hacia el primer piso.
Este patio estaría destinado a las funciones de almacenaje, así como resguardo para las caballerizas. Posteriormente, a través de la escalera accedemos al piso principal, en el cual se disponen las distintas habitaciones y dormitorios pertenecientes a los señores.
Todo ello sin olvidar sus lujosos salones interiores, caso del Palacio del marqués de Villareal y Purullena, recargados con todo tipo de espejos al más puro estilo veneciano, candelabros de época, así como muebles tapizados con todo tipo de lujos. Lujos que se manifiestan tanto en lo artístico como en el uso de los materiales, pues no hay que olvidar que existía una fuerte rivalidad entre las distintas familias por demostrar quien poseía un mayor status económico y social.
Por último, el tercer piso, también llamado ático, es el destinado a zonas de servicio, sobre el que generalmente se construía una gran torre-mirador, elemento arquitectónico claramente visible en el Centro Histórico portuense, cuya función era facilitar la visibilidad de las embarcaciones que discurrían por el río Guadalete.
En conclusión, La ciudad de El Puerto posee un riquísimo patrimonio artístico y urbanístico en lo que a estos edificios se refiere, pues podemos observar los numerosos ejemplos que existen intactos actualmente, desde el Palacio Araníbar, la Casa-palacio de Vizarrón, y el Palacio de Valdivieso, hasta el Palacio de Purullena, Casa de Roque Aguado o la Casa-palacio de Reynoso, entre otros muchos ejemplos.
En definitiva, queda una vez más demostrada la incalculable riqueza monumental artística, histórica y urbanística que posee nuestra ciudad, la cual en tiempos de antaño llegó a ser una de las joyas comerciales más importantes del comercio americano.