David Chipperfield (Londres, 1953) ha vuelto por unas horas a Corrubedo (A Coruña), a su casa, como un vecino más tras alzarse con el premio Pritzker 2023 de arquitectura. Allí, el marido de Evelyn Stern ha hecho lo de siempre, atender sus compromisos y tomar algo en el bar que compró y reabrió.
Con una copa de vino en la mano, en ese local hostelero, el Bar do Porto, comparte en una conversación con EFE que "sienta bien estar de vuelta en Galicia”, aunque, al ver el aguacero de fuera, se acompaña de la risotada para puntualizar: “¡cuando hace buen tiempo, ja, ja!”.
El clima no acompaña al británico durante su estancia en esa costa gallega, pero no importa después de un reconocimiento que él asegura que no se esperaba y ahora es “un placer” tener.
“Todos los premios son un gran reconocimiento”, cree "sir" David Alan Chipperfield, al que en ese paraíso natural de dunas, agua y aves, que goza como sus paisanos, llaman afectuosamente "Chippi".
Y Chippi, en ese ambiente desenfadado, confiesa ser muy consciente de que una distinción como la que en él ha recaído conlleva una gran responsabilidad.
Por eso este urbanista y activista, que presume de no saber trabajar sin tiempo, pone el foco sobre el futuro "simbiótico" en el que convivirán arquitectura y sostenibilidad.
“Tenemos que ser más cautelosos y pensar de manera completamente distinta sobre construir y, por ende, acerca de cómo desarrollamos nuestras ciudades”, razona.
Acepta que el que plantea es un reto ambicioso, que busca ventilar cuestiones “globales” como todas las que atañen a las consecuencias del “calentamiento global”. Y sabe que por este camino, que es el suyo, uno se topa con problemas “existenciales” que los de su gremio, como ocurre con cualquier otro, o como sucede con cualquier otro ser humano, pueden llegar a tener.
Sea como fuere, “el paisaje” y la “autenticidad” de las gentes de Corrubedo son para este proyectista un magnífico punto de partida en contraposición con la “vida londinense”, “siempre ajetreada”, donde los ritmos se “complican”.
Tal es su percepción que admira que los gallegos hayan conseguido de alguna manera “mantener sus prioridades” claras, en lo que se refiere a familia, comunidad y territorio. Si bien matiza sobre este último punto que en las últimas cuatro décadas “no todo se ha hecho bien”.
Desde la fundación RIA, una iniciativa sin ánimo de lucro de planificación territorial estratégica con sede en Galicia, intenta paliarlo, promoviendo cada vez “más proyectos conectados con el medio ambiente” en un intento de “apoyar a las administraciones locales” y fomentar, a la par, “la consideración del desarrollo”.
Desarrollo en el que influyen “no solo los materiales”, sino también “lo que construimos, dónde y cómo”, especifica este perseguidor del trazo atemporal que percibe como un sinsentido que en Galicia haya “un montón de pueblos desérticos”, “edificios vacíos en las ciudades” y, al mismo tiempo, se siga construyendo en "terrenos naturales”.
“Eso no es un enfoque sostenible, ni para la construcción ni para el uso de la naturaleza”, sentencia este "Nobel" de la arquitectura.
Detrás de la arquitectura, “todo está cambiando”, añade. Las cuestiones individuales como “qué hacemos con nuestros deshechos, cuántos vuelos cogemos, cómo reducimos energía, cómo ahorrar materiales” se extrapolan, considera Chipperfield, a lo colectivo y también al ámbito profesional.
“No podemos consumir nuestros recursos de la misma manera que hacíamos antes”, apunta este defensor de una arquitectura cívica, sobria e innovadora.
En su visión de las ciudades del futuro advierte una arquitectura precisamente cuyo desarrollo dependerá “más de la sostenibilidad que de la estética” y donde la “innovación” vendrá dada, sin duda alguna, por “los materiales”.
Según este humilde genio, con una fuerte vinculación con España, esto redundará en "nuevas formas de construir, que serán más modestas y cautelosas”.
No por ello ajenas a lo que ya conocemos, puesto que otra de las máximas de este arquitecto reside en “dar prioridad a las cosas que teníamos antes”.
Como ejemplo, menciona los pueblos con encanto, las calles bonitas y, como padre que es, "esos lugares para que los niños correteen".
En definitiva, “mirar hacia atrás en la historia para mirar hacia adelante”, concluye. Y vacía el vaso.
El premio Pritzker, instituido en 1979, reconoce la labor de un arquitecto vivo cuyo trabajo muestre talento, visión, compromiso y haya supuesto una contribución consistente y significativa para la humanidad.
Fue instaurado por Jay A. (1922-1999) y Cindy Pritzker, bajo la firme convicción de que un lauro así estimularía una mayor conciencia pública sobre los edificios, unida a una mayor creatividad entre los profesionales.
Chipperfield llevaba años en las quinielas.