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Notas de un lector

El olor de la carcoma

Un poemario lúcido y porfiado, matizado con una expresividad poderosa, y donde resuena una voz emotiva, descarnada

Publicado: 31/03/2025 ·
12:10
· Actualizado: 31/03/2025 · 12:10
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Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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El corazón desventurado, la lacerante realidad, la furia de las horas ya vividas, enfrenta, a veces, a la muerte, de manera corporeizada  e intemporal.  Aquellos seres que existen de forma cuasi infinita devuelven al territorio de la ansiada eternidad al hombre, el cual nunca deja de reencarnarse como entelequia y respuesta salvadora, inicio y fin de su deseo más sincero.

Y, sin embargo, hay otras ocasiones en las que la finitud no implica desaparición, sino una simbólica mutación -anotado quedó por Gilbert Durand en “Las estructuras antropológicas de lo imaginario”-. Cabría, también, otra dimensión que vertebra al ser humano cuando éste es sabedor de que la vida no alcanzará nunca su suprema belleza. Entonces, su existencia se convierte en naturaleza heterogénea y ahistórica, lúgubre ebriedad.

Desde esa compleja premisa, pareciera articular Juan José Vélez Otero “En tu casa vive un muerto” (Ediciones en Huida. Sevilla, 2025). Ya en su anterior poemario, “Cuando todos soñábamos con Ornella Muti”, el autor sanluqueño dibujaba un aroma a desencuentro, a desconcierto, a desamparo vital. Porque el yo que tornaba cántico su palabra se hallaba en desarmonía con este presente que camina sin claro rumbo, que devela un sórdido bagaje cultural y existencial. Además, el conjunto respiraba de manera almada la desposesión de cuanto nos rodea y quiere ser desahogo y sustento de lo venidero.

Aquí y ahora, el sujeto lírico quiere ser explícito desde la cita inicial de Álvaro de Campos: “Pero lo que no fui, lo que no hice, lo que ni siquiera soñé;/ lo que sólo ahora veo que debería haber hecho,/ lo que sólo ahora claramente veo que debería haber sido,/ eso sí que está muerto más allá de todos los Dioses”.

Articulado como un canto único, Vélez Otero ofrece una dimensión crítica, doliente, irónica, irrenunciable, dialéctica…, en la que van surgiendo diferentes tipos y tipologías de la muerte. En el poema que sirve de pórtico, “El muerto reencarnado”, escribe: “En tu casa vive en muerto/ en verdad/ no te molesta (…) es un muerto que dejó de ser joven/ hace tiempo (…) que se reencarna/ en tu mundo y se ausenta en el de todos/ que flota en silencio y huele a esparto mojado/ y lima/ a lo que huelen los muertos”.

Al cabo, ese tránsito hacia lo mortal, podría tomarse como algo asimilable, como algo que no se pretende interrumpir mediante complejos argumentos o sobrehumanos esfuerzos, muy lejos de esa conceptualización del héroecrédulo, que intuye vivirá en las generaciones futuras, sean cual sean sus combates. Despojado, pues, de esa condición quimérica, legendaria, Vélez Otero orilla sus poemas desde un ámbito que niega toda posibilidad ontológica de redención y, rechaza, pudorosamente, cualquier consuelo metafísico o piadoso: “…que es absurdo/ haber brotado condenado a este destino/ a cuestas con las sustancia sustantiva y primigenia/ del mortal que se retuerce/ qué sentido/ tiene nada si desemboca en el cieno/ del albañal de la vejez/ y del óbito”.

Un poemario, sí, lúcido y porfiado, matizado con una expresividad poderosa, y donde resuena una voz emotiva, descarnada y unánime en la misma transmutación de su desamparo: “qué solo te vas quedando a solas/ con tu dolor un dolor acuminoso/ afilado y hondo/ como el de las nuevas heridas/ que por primera vez duelen/ ayer/ fue tu cumpleaños y no te llamó tu madre”.

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