Empezaron a vacunar contra el Covid-19 con el abrigo puesto para resguardarse del frío que hacía en las instalaciones de Ifeca en febrero y acaban de terminar su cometido, el más especial de su carrera, a la vuelta de un verano en el que las altas temperaturas no se lo han puesto nada fácil. Pese a todo, cuando se les pregunta por la experiencia, los sanitarios de atención primaria y del hospital que han participado en el dispositivo siguen emocionándose y en cierta parte se sienten privilegiados de haber podido contribuir con su trabajo a inmunizar a la población. “No hay nada negativo que podamos decir de Ifeca, es que no ha habido problema alguno. Ha sido un despliegue de verdad increíble. Empezamos con seis enfermeros al día en un equipo de dos mesas y al final hemos sido más de veinte. Nos sentimos orgullosos de haber formado parte de él porque va a quedar para la historia. Para mí ya Ifeca es pandemia y vacuna, el día que vea que están allí montando una fiesta no me lo voy a creer, después de lo que hemos pasado aquí”.
La que habla con este medio es una de las sanitarias que ha estado presente desde el primer día, aunque prefiere reservar su identidad. Como el resto de sus compañeros, en el momento en el que echaron el cierre el pasado miércoles tras un verano “mucho más tranquilo” no se acordaban ni del agobiante calor del verano, ni del humo de los coches que han tenido que soportar estos meses, sino de todo lo bueno que se llevan. “
Hubo mucha emoción al cerrar las puertas y ver todo vacío. Es que esto es histórico y haber participado de forma activa hace que todos nos sintamos orgullosos. Ha sido muy emocionante todo. Hemos hecho piña, va a ser inolvidable para nosotros”, señala esta enfermera jerezana, que reconoce que cuando vuelva al Hospital de Jerez se va a sentir “rarísima” sin estar vacunando. “Lo voy a echar de menos”, señala.
De hecho, pese a las intensas jornadas de 14 horas y semanas en las que batieron récords administrando sueros, como en mayo, cuando pincharon más de 2.000 en un solo día (en los siete meses se han administrado más de 63.000), si le dijeran de volver mañana mismo, ni se lo pensaría. Lo hacían trabajando en una cadena perfectamente engrasada en la que todo estaba calculado para que ni sobraran ni faltaran viales y en la que prácticamente se entendían con la mirada. “Íbamos con mucho cuidado, poco a poco, porque el vial no se puede devolver ni abierto ni descongelado. Nunca se ha tirado nada ni nos ha sobrado, y si sobraban eran muy pocas y se llamaba a gente y venían enseguida”, señala.
Ese ritmo frenético descendió considerablemente en agosto, un mes antes de cerrar, al estar la mayor parte de la población inmunizada, pero no por ello ha dejado de ser especial. Ella no lleva la cuenta de las vacunas que ha puesto, “es imposible hacerlo, porque vamos rotando”, precisa, pero calcula que ha podido inyectar perfectamente “al día un mínimo de 100 por personas yo sola”.
Lo que sí recuerda a la perfección es la primera que puso y cuando llegó el turno de sus padres. “Fue a un señor mayor, de más de 80 años. Fue emocionante para los dos y estaba muy agradecido”.
En general, todos los usuarios han sido “supercolaborativos” pero ella se queda especialmente con los mayores. “Tenían más ganas, venían muy ilusionados. A ellos se les ha notado que venían más dispuestos, no preguntaban ni qué vacuna era. Estaban deseando, también porque eran lo más vulnerables y los que peor lo habían pasado. Los niños (mayores de 12) venían con más miedo al pinchazo, un temor que a veces también se ha dado en la población adulta, y que a alguno que otro le ha jugado malas pasadas.
“Me acuerdo de una persona que tenía mucho miedo a la aguja pero llevaba tatuajes. No me explicaba cómo le daba miedo pincharse”. Y es que a veces el temor es el peor de los acompañantes porque no le consta que hayan que atender a nadie por una reacción de la vacuna, sino algún desvanecimiento por la tensión del momento.
También recuerda con mucho cariño cuando vacunaron a las fuerzas de seguridad. Las anécdotas del día a día tampoco han faltado: desde un usuario que cantó mientras le vacunaban y se bajó del coche con su guitarra para dedicarles una canción, a los detalles que han ido recibiendo por hacer su trabajo. “Nos han llevado dulces, cartas, bombombes, dulces, broches de punto con figuras hechas a mano para ponérnosla en el uniforme... ha sido increíble”.
En su caso es capaz de contar con los dedos de una mano las personas que se fueron sin vacunarse de Ifeca por la controversia de la segunda dosis de AstraZeneca o las que han faltado a las citas. “Siempre intentábamos tranquilizarles y ser cercanos para ayudarles.
¿Qué piensa de quienes no se han vacunado? “Me parece que son egoístas porque esto lo tenemos que acabar entre todos, aunque claro, no se les puede obligar”.