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Lo peor, por venir, otra vez

Dice la Comisión Europea que “lo peor está por venir”, aunque la advertencia no es siquiera para los gobiernos, sino para los pobres, los que siempre pierden

  • Pedro Sánchez en multiconferencia -

Esta semana he elaborado una cronología sobre la incidencia del coronavirus en la provincia de Cádiz a partir de nuestra propia hemeroteca. En algunos casos me he encontrado con circunstancias que ya parecían olvidadas, como si en tres meses hubiésemos envejecido tres años de golpe, y con ellos nuestros recuerdos: no los hay de Semana Santa, de ferias, de cumpleaños, de viajes... convertida la primera mitad del año en un baúl de ausencias. En otros casos, en cambio me he topado con datos reveladores, como el del titular de la entrevista realizada por Daniel Barea a un representante del Colegio de Médicos de Andalucía el 15 de marzo, coincidiendo con el inicio del estado de alarma, en la que invitaba a prepararnos para vivir “dos o tres meses” de pandemia y restricciones. Al final han sido tres meses y medio, pero es lo más cerca que estuvo un experto de acertar antes de que Pedro Sánchez compareciera por primera vez para anunciarnos las medidas del confinamiento.

Este sábado ha comparecido, según él, por última vez. Han sido dieciocho en total, aunque dudo que haya mucha gente que lo pare por la calle para agradecérselo. Macron solo lo ha hecho en tres ocasiones en el mismo tiempo; Merkel en una. Sánchez ha convertido la excepcionalidad en rutina y ha confundido la transparencia con la omnipresencia para decir poco más que nada en comparación con el número de horas que ha estado en antena. Eso sí que será difícil de olvidar. Solo le ha faltado leernos íntegra la Constitución para consumir más tiempo, como hacía James Stewart en Caballero sin espada, aunque será mejor no dar ideas.

En cualquier caso, me preocupa menos lo que haya tenido que decir el presidente del Gobierno durante este tiempo que lo que haya llegado a escuchar, porque a tenor de las medidas anunciadas por el ejecutivo durante estas últimas dos semanas parecen ir en sentido opuesto a lo que le han planteado los sectores afectados. Y hay dos esenciales: el de la automoción y el del turismo.

El primero le solicitó el impulso de un nuevo plan renove para dar salida al stock de los concesionarios y, al mismo tiempo, retirar de la circulación un envejecido y contaminante parque automovilístico. Pero lo que se encontró en primer lugar fueron ayudas para la compra de coches eléctricos, cuyas ventas siguen siendo testimoniales en virtud de dos circunstancias fundamentales: son muy caros y las estaciones de carga son aún reducidas.

El segundo, después de tener que soportar las conclusiones -léase “ofensas”- de dos de los ministros de Unidas Podemos, se ha encontrado con un plan de ayuda económica que le ha resuelto un titular al Gobierno -como ya hizo de cara al sector del automóvil-, pero que sigue sin responder a la principal preocupación del sector hotelero, que pasa por la pervivencia de sus plantillas mediante la prolongación de unos ERTE vinculados a la propia demanda hotelera, para la que en la actualidad no hay una certidumbre total.

La pregunta en consecuencia es inevitable: ¿a quién escucha este Gobierno cuando tiene que adoptar medidas imprescindibles para sectores económicos esenciales de cara a la recuperación de la actividad del país si lo que siembran es descontento y desconcierto?

Vuelvo a mis apuntes de la pandemia, aunque no hallo respuestas a tales dilemas, solo fragmentos de la realidad y de un pasado reciente amontonado en mitad del silencio de las páginas de un periódico: las colas en los supermercados, las banderas rojas en las playas, los fallecidos en las residencias de mayores, las entregas de alimentos, las mascarillas fake, los sanitarios contagiados, la Marina patrullando nuestras calles vacías, las clases telemáticas, el teletrabajo, los controles en las carreteras, el miedo y las lágrimas, los primeros paseos por las avenidas, la reapertura de negocios, los reencuentros... Dice ahora la Comisión Europea que “lo peor está por venir”, y la advertencia no es siquiera para los gobiernos de la UE, sino para los pobres, los únicos a los que les tocará perder de nuevo. Por si alguien se creyó lo de que el virus no entiende de ricos ni de pobres.

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