Marisa Flórez (León, 1948) lleva desde los años setenta capturando momentos de la actualidad que perduran para siempre. El oficio de fotoperiodista la ha convertido en una de las pioneras de nuestro país en este arte de contar historias a través de imágenes. Logró el Premio Nacional de Periodismo de España en 1981 y fue redactora jefa de fotografía del diario
El País. Atiende a
Viva Málaga como comisaria de la
exposición ‘Women, un siglo de cambio’, la muestra de fotografías del archivo de
National Geographic que se puede descubrir en La Térmica hasta el 5 de mayo.
Un viaje fotográfico a través de imágenes “fantásticas” de los últimos 130 años donde se ve la evolución de la mujer en todas sus facetas y en los cinco continentes. “Da mucha visibilidad a cómo ellas han sido inspiradoras para otras mujeres”, la define Flórez, que asegura que cualquiera que visite esta muestra “va a introducirse en el mundo” de cada mujer representada.
El fotoperiodismo ha cambiado mucho si se mira con perspectiva de género
. “La forma de fotografiar a la mujer a lo largo de los años ha sido como una forma de tratarla. Al principio, eran un mero objeto. Luego empezó a incorporarse a una sociedad que al principio, en casi todos los estamentos, estaba vetada”. Esta evolución de la mujer puede apreciarse a través de los objetivos de cada fotoperiodista que firma dichas imágenes. Son
56 fotografías, tres de ellas nunca vistas, siendo una la más antigua de la exposición: un retrato coloreado de 1918 que muestra a tres mujeres japonesas captadas por Eliza Scidmore.
“Me tocó estar en el Congreso de los Diputados en la entrada de Tejero y el Golpe de Estado. [...] A veces pasabas cierto miedo”, recuerda la fotoperiodista.
En España lo vivió Flórez en primera persona. En alguna ocasión no le dejaron entrar con su cámara al cuello por ser mujer en aquellos tiempos. “
Salíamos de una dictadura y había modos, maneras y leyes que no favorecían a la mujer. Incluso formas de actuar. A mí me ha pasado. Aunque he tenido bastante suerte porque he trabajado en medios que me han apoyado bastante, donde mi trabajo profesional era el que se tenía en cuenta. He podido hacer el mismo trabajo que otros compañeros, pero sí he tenido momentos puntuales de barreras”.
Ser fotoperiodista es, muchas veces, vivir en el riesgo. “Una de las noches que yo recuerdo con mayor miedo fue la del asesinato de los abogados laboralistas de Atocha. Me tocó estar en el Congreso en la entrada de Tejero y el Golpe de Estado. Ahora esos instantes los recuerdas pensando qué suerte haberlos vivido, pero a veces pasabas cierto miedo o inquietud de no controlar lo que estaba pasando”, narra la entrevistada.
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¿Qué nivel de implicación sentimental puede permitirse un fotógrafo en situaciones donde es complicado separar la línea visceral de la profesional? Pues “el fotógrafo se tiene que implicar”, pero lo justo. Porque, para Marisa,
el fotógrafo “tiene que mimetizarse para no ser un obstáculo y todo fluya”. Ser un mero acompañante de los hechos, sin imponer: simplemente, un testigo en lo más puro de la palabra.
Momentos de tensión política y social han copado sus trabajos desde que empezó a ejercer siendo una veinteañera. El suyo es un oficio que necesita energía mental en situaciones de mucho estrés, incertidumbre o miedo. “Necesitamos ver las cosas con un poco de distancia y eso te lo da la profesión con los años. Creo que es muy importante tener fortaleza mental y, sobre todo, tener pasión en lo que haces. Poder vivir de lo que uno le gusta y en eso, tengo la suerte de poder cumplirlo”, reflexiona.
La mayor de las virtudes de la fotógrafa contadora de historias es el don de la
invisibilidad. Ser un fantasma en el lugar de los hechos. “A la hora de hacer reportajes más pausados, sí me gusta ser una persona que intenta que no se den cuenta de que estén ahí. Eso es lo perfecto para que todo fluya y contarlo de una forma más verdadera. El fotoperiodista nunca puede ser
protagonista, sino acompañante de los hechos”. Esa esa distancia, tan sencilla de mencionar y compleja de establecer, está la diferencia entre una foto y una buena fotografía.