El movimiento de los "chalecos amarillos", que salió por primera vez a las calles de Francia hace ahora un año, ha perdido gran parte de su fuerza, pero mantiene sus demandas sin una orientación clara sobre qué forma darle a la lucha.
La intención del presidente, Emmanuel Macron, de subir la tasa al carburante desencadenó una cólera ciudadana que bloqueó rotondas y cada sábado protagonizó protestas que en su primera convocatoria alcanzaron su pico, con 287.700 personas en todo el país según el Gobierno.
Esa cifra ha caído actualmente a unas proporciones simbólicas, pero ese movimiento sin líder oficial, espontáneo y apartidista, que tomó las redes sociales como altavoz, consiguió provocar en su apogeo la mayor crisis del mandato presidencial.
Macron acabó retirando el incremento previsto en ese impuesto y destinó 17.000 millones a medidas sociales y económicas con las que mejorar el poder adquisitivo.
"Han tenido tanto éxito porque en torno a los 'chalecos' se cristalizó la fractura económica, territorial y medioambiental" existente, explica a EFE la investigadora del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) Héloïse Berkowitz.
Sin embargo, esta experta en gobernanza llama la atención sobre uno de los desafíos que hasta ahora el movimiento no ha conseguido resolver: "El problema es cómo transformar la acción colectiva para tener un peso a largo plazo en la vida política".
En un país de fuerte tradición contestataria, la Francia de las provincias, epicentro del descontento, copó la agenda mediática y política durante meses, aupada también por las espectaculares imágenes de guerrilla urbana en las que derivaron algunas convocatorias.
"En el pasado, un movimiento social se frenaba una vez que había heridos o episodios de ese tipo. Pero en éste, la violencia prácticamente se ha banalizado, tal vez debido a su frecuencia. Sus efectos se repiten tanto que la gente se acostumbra", añade el sociólogo Jean-François Amadieu.
La contundencia policial con la que el Gobierno ha intentado evitar que siguieran los actos de vandalismo le ha valido a Francia críticas de ONG como Amnistía Internacional y de la comisaria de Derechos Humanos del Consejo de Europa, Dunja Mijatovic, que en enero dijo que iba a estudiar posibles vulneraciones.
Desde el principio del movimiento, han muerto once personas en relación con las protestas, pero solo una como consecuencia directa: la octogenaria Zineb Redouane, que falleció en diciembre en Marsella al ser alcanzada por una granada lacrimógena cuando iba a cerrar las ventanas de su apartamento.
"La violencia nos ha ayudado tanto como nos ha perjudicado. Ha permitido acelerar las cosas, ser tomados un poco en serio por Macron. Le ha forzado a posicionarse y actuar", reflexiona Thierry Paul Valette, fundador de la facción moderada "Chalecos amarillos ciudadanos".
Pero para este activista, "las divisiones existen, las hay en todos los movimientos sociales. Los 'chalecos' son representativos de la sociedad, no escapan a esa regla. Los hay que están en contra del sistema democrático de voto, y otros que sí estamos a favor".
El último balance del Ministerio de Justicia francés se cerró a finales de junio y presentaba 10.852 detenciones y 3.163 condenas. Entre ellas, 400 penas de cárcel de ingreso inmediato y 1.236 exentas de cumplimiento.
Además, se han abierto 291 procedimientos tras denuncias presentadas contra los agentes.
"Ha habido un problema de proporcionalidad en el mantenimiento del orden, algo que ha desafiado el funcionamiento democrático", recalca Amadieu sobre unos altercados protagonizados en ocasiones por grupos violentos de encapuchados.
Los "chalecos amarillos" llegan ahora a su primer aniversario con la población dividida: el 55 % de los franceses aprueba su movilización, pero un 63 % no quiere que se repita, según una encuesta del instituto demoscópico Elabe difundido este miércoles.
Doce meses después, el movimiento sigue careciendo de jerarquía, aunque figuras como las de Valette, que quiere presentarse como candidato a las presidenciales de 2022, apuestan por darle una estructura, sea política o asociativa, que organice la lucha.
¿La amplitud de la protesta podría haberse evitado con otro mandatario en el Elíseo?
"Macron se ha encontrado las mismas dificultades que le hubieran tocado a cualquier otro. No es responsable del estado social y económico del país, pero sí de la manera en que se ha expresado la rabia de la gente, porque no ha escuchado a los franceses y ha sido duro en su política y sus palabras", concluye Valette.
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Los "chalecos amarillos" cumplen su primer año divididos y sin rumbo
El movimiento de los "chalecos amarillos", que salió por primera vez a las calles de Francia hace ahora un año, ha perdido gran parte de su fuerza
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