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Cobrar por el morro

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Un fabricante de automóviles ha puesto como excusa para un despido masivo el absentismo laboral. Me pregunto cuántos diputados del Congreso irían a la calle por no asistir a los plenos. El 90%, calculo yo. Saben ustedes que en ocasiones, cuando han tenido que votar algunas propuestas u objetivos que se votan porque hay que votar algo, la mitad de los escaños han permanecido vacíos. Y lo peor es que no les paga una empresa privada, como la de los automóviles, que sino va bien el negocio “se cierra y al carajo todo dios”, como dice un conocido borrico del arriba firmante, sino el pueblo español, ése que, con sus impuestos, porque si no pagas te embargan, los han votado un domingo cualquiera luego de oír durante un puñado de días un rosario de ficciones imposibles de hilvanar. Mentiras que se repiten de campaña en campaña y que de mano en mano va y ninguno se las queda; porque ya saben ustedes el riesgo.

A todo esto hay que unir que los que se desplazan a Madrid (cuando hay Pleno en el Congreso) cobran dietas y gastos de desplazamiento. Esto es que, con las pelas, o los euracos, como se dice desde hace algún tiempo, supongo que se van a lo de Lucio a zamparse unos huevos rotos por no sé cuánto el cubierto. Y que en el Congreso vote otro. Digo lo de Casa Lucio porque suele ser por las tardes cuando más absentismo se vislumbra en unos escaños fríos como la aciaga vida de quienes se las ven putas para llegar a fin de mes, para pagar la hipoteca o para llevar a su hijo a un médico de pago.

Sin embrago, la cosa cambia cuando hay Debate del Estado de la Nación o un Pleno extraordinario en el que las cámaras recogen con detalle cada escaño (también graban a Bono, distraído, profiriendo que había “mucha santa y algún malo”, y algo más que no quiero añadir aquí). Es entonces cuando no falta ni santa Maravillas porque eso de salir en la tele llevando al cuello una corbata multicolor y un traje de a mil euros el gramo de tela azul, mola más de lo que muchos se creen, y, de paso, te ve la parienta, orgullosa, que le dice a la amiga “mira, ése es mi marido”. Y digo que sólo en los plenos televisados en directo van todos porque yo, que pillo transmisiones por otras vías (en Canal 24 Horas de TVE, por ejemplo), atisbo que cuando no es así a veces casi se ve a la taquígrafa sola como la Una. Debo decir, a todo esto, que hay excepciones, pero la peña, esa caterva que hemos votado, como decía, le echa un morro al asunto que ni les cuento. Recordarán una propuesta del Gobierno que fue rechazada por los votos en contra de los que estaban en el Pleno y la falta de señorías de quien había hecho la propuesta. Pues como eso, todo. O casi todo.

No quisiera saber cuántos euros consume un vehículo de nuestro país de esas dimensiones. Suntuarios gastos de ese calibre podrían servir para tapar muchos agujeros que aún se atisban en este país o para limpiar España de tanto hijoputa que anda por ahí suelto matando a sus parejas (algunos, hijos incluidos). Cualquier inversión es buena si con ello se ayuda a una causa, pero para que sus señorías se queden dormidos en sus escaños o pasen tres kilos de ir a los plenos, siempre hay tiempo. Y muy pocos recursos económicos.

“La opinión de los presentes es más importante que la de los ausentes”, dijo el presidente del Congreso de los Diputados, José Bono, hace dos martes, cuando vio que en el Pleno sólo había sentados a sus escaños menos de setenta diputados. Si eso no es poca vergüenza, que venga santa Maravillas o Cayo Plinio Cecilio Segundo y lo vea. Porque con la de despidos que se nos vienen encima en esta España del morro, manda huevos que los que estén para salvarnos la retaguardia no aparezcan por sus puestos de trabajo y se lo estén llevando calentito. Dijo una vez Miguel Delibes que “para el que no tiene nada, la política es una tentación comprensible, porque es una manera de vivir con bastante facilidad”. No sé si me explico.

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