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Punta Umbría

Pacheco, el escritor que llevó cercanía al solemne galardón

José Emilio Pacheco convirtió este año el Premio Cervantes en un acto sencillo y cercano, compartiendo la emoción que dijo sentir por esta distinción literaria con la tuna y con el público que cada año se acerca a presenciar la cita literaria más importante.

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José Emilio Pacheco convirtió este año el Premio Cervantes en un acto sencillo y cercano, compartiendo la emoción que dijo sentir por esta distinción literaria con la tuna y con el público que cada año se acerca a presenciar la cita literaria más importante.

“No me dieron tirantes para los pantalones”, fueron las primeras palabras que el escritor dirigió a los periodistas que le esperaban en el claustro de la universidad de Alcalá de Henares, minutos antes de que comenzara el acto.

“De repente eres un ser humano como cualquier otro”, apuntó con naturalidad, consiguiendo que esa circunstancia, que no le incomodó en ningún momento, no quitara brillo al solemne acto de entrega del premio. Incluso desde la cátedra del paraninfo, desde donde dirigió su discurso tras subir lentamente sus escaleras, Pacheco, con elegancia, deseó que se lo hubieran otorgado a Cervantes “para aliviar sus últimos años”.

Sus palabras fueron largamente aplaudidas por las autoridades presentes en el acto, entre ellas, los Reyes. Del brazo de la Reina recorrió las dependencias de la universidad y a la salida, la tuna puso el broche a este acto, cantándole canciones como ‘Jalisco no te rajes’ y ‘Adelita’.

“A la tuna en México le llaman la estudiantina, me gusta mucho”, dijo. El escritor agradeció “los amables y generosos” discursos del Rey y de la responsable de Cultura.

“Ha sido muy emocionante la ceremonia, muy hermosa, pero como ven, me siento cansado, tengo poca habilidad para desplazarme”, explicaba a los insistentes periodistas, que, ante la amabilidad de Pacheco, le preguntaron una y otra vez durante su recorrido por las dependencias de la Universidad.

Después vinieron varios posados para los fotógrafos, sentado junto a las columnas del claustro, cansado, apoyado en su bastón, y siempre con un sonrisa amable.

El escritor seguía andando, ya hacia su última etapa, la inauguración de una exposición de fotografía que la Universidad le ha dedicado: ‘El mar no tiene dioses’. Y surgió una última reflexión: “Yo todavía no me lo creo. Lo veo pero no lo creo. Lo que pasa es que ya mañana, cuando lo crea, no existirá”.

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