Este término que, en puridad, significa recobrar o recuperar algo que se perdió -de ahí que se haya empleado para denominar ciertos períodos históricos-,tiene también la acepción de reparar y volver a poner una cosa en el estado que antes tuvo. Por esta razón, se habla de restaurar una pintura, una escultura o un monumento. En este sentido, han dado mucho que hablar las restauraciones en los monumentos de arquitectura.
​Sobre los conceptos de restauración, rehabilitación y renovación, que no son idénticos pero muchos arquitectos hacen intercambiables o utilizan en función de sus conveniencias, se podría escribir una ponencia de congreso. Baste decir, en breve, que en primer lugar hay que conservar el edificio y restaurarlo cuando no se ha conservado bien; rehabilitarlo cuando no se conservó en su momento justo y, finalmente, renovarlo cuando no queden de él más que ruinas. Siempre en este orden y no en el inverso. Es decir, no hay que dejar arruinarse los edificios para levantar allí lo primero que se nos ocurra.
​Hace ya casi veinte años criticábamos las restauraciones que se efectuaban en muchos edificios históricos, monumentos histórico-artísticos, definiéndolas como restauraciones al vapor. Decíamos que en la buena restauración no vale el “fa presto”. Que lo que se hace en Roma en un año no se podía hacer en Sevilla en un mes.
Pasó todo aquello pero de aquella efervescencia nada quedó. Es más, quedó una iglesia que no se terminó de restaurar y que según informe del arquitecto si sigue más tiempo cerrada corre grave peligro de desplome por la severa inclinación de dos pilares y viejos problemas de cimentación.
Esta iglesia es la parroquial de Santa Catalina, cuya feligresía está acogida desde hace años en la de San Román. Independientemente de su retablo mayor y sus pinturas, incluyendo una tabla de Pedro de Campaña, su Capilla sacramental, obra de los Figueroa, es una de las joyas del barroco andaluz, cuya restauración fue felizmente terminada hace varios años. Todo el conjunto del edificio con la portada gótica de Santa Lucía representa uno de los monumentos más notables del mudéjar andaluz.
​¿Podría establecerse un orden de prioridades en la restauración de nuestros monumentos o tendremos que esperar siempre a las obras de urgencia? ¿Por qué no echar la vista atrás, a aquellos siglos medios en los que todos contribuían a la erección de los templos? Llegan tiempos de restauración a Andalucía y un cambio de mentalidad nos debe hacer recordar a nuestros clásicos andaluces.
Diez siglos atrás, Ibn Hazm de Córdoba afirmaba: “El placer que el hombre inteligente experimenta en el ejercicio de su razonar, el sabio en su saber, el prudente en su discreto disponer y el devoto en su ascético combate, es mayor que el deleite que siente el comilón en su comer, el bebedor en su beber, el lujurioso en su liviandad, el negociante en su ganancia, el jugador en su diversión y el jefe en el ejercicio del mando”.