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La duquesa de Alba y los hombres

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El tiempo escarbó hondos surcos en la larga vida de la duquesa Cayetana y, al poner la vista en el transcurrir de sus días, se encuentra un incesante reguero de hombres y sombras, amores y brillos.

"En todo caso, que escriban lo que quieran. ¡Se han dicho tantas cosas sobre mí!. Unas pocas, verdaderas; otras muchas, falsas; y bastantes, simplemente bobadas", advirtió en sus memorias, "Yo, Cayetana" (2011).

Su vida fue un prolongado cortejo de pretendientes que agrupó a príncipes, intelectuales, artistas, aristócratas, banqueros y un funcionario. Picasso la quiso pintar desnuda, y algo había en ella de remembranza de la XIII duquesa de Alba, aquella que Goya bautizó como "La maja desnuda".

El primer hombre que dejó huella en la vida de Cayetana fue su padre, Jacobo Fitz-James Stuart. Del XVII duque aprendió que "un Alba debe ser fuerte ante la adversidad", tal vez el lema al que con más firmeza ella se aferró, una sólida creencia que siempre procuró trasladar a sus hijos.

Sus tres maridos, por otro lado, le proporcionaron ese agradable lazo que une a las personas en el día a día, que es la complicidad.

Qué poco parece tener que ver la sonriente y fresca Cayetana de 1947, el día de su boda con el aristócrata Luis Martínez de Irujo y Artázcoz, con esa mujer sólida y sencilla que contrajo matrimonio a los 52 años con el atildado excura Jesús Aguirre.

Y cómo cambió con el paso del tiempo en comparación con esa otra duquesa más cercana a nuestros días, de pasiones octogenarias, que se casó hace tres años con un funcionario, Alfonso Díez, en su tercer matrimonio.

A sus dos primeros maridos los enterró en el panteón familiar de los Alba en Loeches (Madrid), pero este lastre de recuerdos no la arredró para seguir adelante con su vida y con la tarea que siempre se impuso: preservar intacto el patrimonio de su noble casa tal como llegó hasta ella.

No obstante, pese a los formalismos de la época, frente a la mojigata moral que enmarcaba la vida española durante los años de la Dictadura de Franco, ella, por estatus social, por ser la aristócrata con más títulos de nobleza, se desmarcó con holgura de las composturas de su época.

A su aire, con las ataduras justas, Cayetana vivió amores juveniles con el torero Pepe Luis Vázquez, el mejor torero de capa de su época y el que quizá fue su gran amor, cuando ella tenía 16 años. "El corazón se me desbocaba", recuerda en sus memorias sobre las emociones que le agitaba el matador de toros. Pero a su padre no le gustaba aquella relación y la mandó a estudiar a Londres.

También, en esas memorias, la duquesa reconoció su enamoramiento del bailarín Antonio: "Ahora que ha pasado tanto tiempo, voy a dejar una cosa clara: si no hubiera sido porque era 'de la otra acera', como decíamos entonces, homosexual, como dicen hoy, Antonio podría haber sido un amor en mi vida"", escribió.

Nunca le faltó buena compañía. Al fin y al cabo, como ella reveló, hubo un tiempo en que sus amigas la apodaron la "bombilla", por la cantidad de admiradores que reunía a su alrededor.

En su autobiografía, Cayetana hizo recuento: "Siempre han venido los hombres a mí. Tal vez sea feo decirlo, pero no ha habido ni un solo hombre de los que me han interesado, que se me haya resistido (...). Siempre me ha gustado coquetear y flirtear, un poco por divertimento. He sido más bien 'matacorazones'. Pero, eso sí, flirtear sin faltar al respeto".

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