Existen una serie de eventos sociales que marcan un antes y un después en nuestras vidas. Delimitan y acotan etapas, y se convierten en hitos fácilmente rememorables en el futuro. Casi todo el mundo se acuerda de dónde estaba el 11M que hacía el 23F. Ahora, podrán usar el 6A como un nuevo marcapáginas en sus memorias.
Ese día se nos casó el alcalde de Madrid, para mayor esperanza de todos los solteros de España. Un hecho que abriga un fulgurante brillo de ilusión para los que aún no han encontrado su media naranja, su medio kiwi o su media pieza de fruta preferida. No quedará mancebo en territorio patrio al que no se le pase por la cabeza que, si Almeida ha encontrado novia y se ha casado, por qué no puedo hacerlo yo.
Las bodas del PP son especiales. Tienen ese resplandor, ese boato y prestigio propio de la gente de bien, emprendedora, hecha a sí misma, epítome de la cultura del esfuerzo. Constituyen ese álbum de cromos de lo que quisiésemos para nuestros hijos, la colección de yernos perfectos que cualquier madre quisiera para si. En el ámbito periodístico, son fuente inagotable de horas y horas de televisión, centenares de páginas de papel couché, decenas de programas radiofónicos y semillero de infinidad de tertulias.
Me parece genial que se haga un seguimiento exhaustivo de este tipo de eventos, de sus protagonistas, sus invitados y demás farándula. Algunos han montado en cólera porque TeleAyuso ha modificado su programación para hacer avances informativos sobre la boda del alcalde, todo un minuto y resultado del glamuroso evento. Que hay que hacer estas cosas con dinero público, pues se hacen. Que para eso pagamos impuestos.
No nos damos cuenta de la utilidad de este esfuerzo periodístico. Teniendo en cuenta el precedente de la boda de la hija de Aznar, y la de recursos que proporcionó para posteriores programas sobre corrupción, trinque, mangoneo y chorizadas varias, el que se hayan grabado al segundo la aparición de tanto cargo público, tanta familia emérita y demás fauna, no debemos considerarlo como un gasto superfluo, sino como una inversión a futuro, horas de televisión que tendremos en barbecho hasta que sean necesarias.
Tiempo al tiempo.
