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El enigma de los textos de la resurrección de Cristo

Religiones anteriores al cristianismo conmemoraban en primavera la muerte y resurrección de sus principales divinidades.

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“Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe”. Tal es lo que aparece escrito en la primera epístola de Pablo a los corintios, capítulo 15, versículo 14. Según el pasaje bíblico citado y según lo entienden las diferentes iglesias, la resurrección de Cristo es la doctrina básica del cristianismo, de tal manera que, sin ella, carecería de sentido hablar de Cristo y, por ende, se derrumbaría el entero edificio de la fe cristiana. En otras palabras: podrá argumentarse que Cristo murió; pero, si no resucitó, de nada sirve su sacrificio de redención del género humano.

Los cuatro evangelios narran, con mayor o menor extensión, la pasión y muerte de Jesucristo. También su resurrección, aunque el evangelio de Marcos lo hace a vuelapluma y no menciona aparición alguna del resucitado Jesús. Este evangelio, seguramente el primero en escribirse y del que indudablemente copiaron los evangelistas Mateo y Lucas, que ampliaron detalles, termina abruptamente con la súbita huída de las tres mujeres (el evangelio de Mateo menciona dos mujeres y, el de Juan, una sola) que habían ido a la tumba del Rabí el domingo muy de madrugada, con los ungüentos que compraron antes del amanecer del mismo domingo, aunque se supone que las tiendas estaban cerradas a esas prematuras horas, y llegaron a la tumba cuando aún estaba el día en oscuridad. Por otro lado, José de Arimatea y Nicodemo ya habían impregnado el cuerpo de Jesús con cien libras de áloe y mirra al momento de envolverle en telas y depositarlo en el sepulcro, como era la costumbre judía, tal como relata el evangelio de Juan. Por ello no se comprende bien cómo las mujeres iban al sepulcro con ungüentos.


Junto al sepulcro vacío hallaron éstas a un joven vestido de blanco (el evangelio de Lucas menciona dos hombres y ninguno el de Juan) que les dijo que su Señor había resucitado y por eso huyeron despavoridas. Así, de sopetón, concluye el relato de Marcos en su capítulo 16 y versículo 8. Manos posteriores le añadieron una conclusión más suave y larga, que corresponde en nuestras biblias a los versículos 9 al 20, los cuales no se hallan en el códice más antiguo, el Sinaíticus, que se estima fue compuesto antes de mediados del siglo IV. Tampoco se hallan en este códice las apariciones del resucitado mencionadas por los otros tres evangelios y cuyos relatos se atribuyen a Mateo, Lucas y Juan. La conclusión añadida al evangelio de Marcos ha dado pie para entender que ningún relato evangélico se escapa de trastoques literarios, interpolaciones y modificaciones posteriores, seguramente para adaptarlos a las creencias de la Iglesia. Para cuando los protestantes se separaron de la Iglesia católica, ésta ya había dado forma definitiva a los escritos neotestamentarios y a los códices supuestamente antiguos, por cuya razón las biblias protestantes coinciden con las católicas.

Se cree que originalmente el códice Sinaíticus ni siquiera mencionaba la resurrección de Cristo, como lo menciona, por ejemplo, muy de pasada, Marcos 16:6. Los expertos han detectado a través de luz ultravioleta que este códice antiguo ha sido en buena parte alterado por medio de raspar escrituras y sobre escribir textos que sí aparecen en las versiones muy posteriores que de los evangelios se dieron a conocer al pueblo y cuyas transcripciones son las que hoy leemos. Muchos expertos ajenos a las iglesias sospechan que los códices posteriores al Sinaíticus, los cuales sí mencionan la resurrección y las apariciones, pueden ser falsificaciones efectuadas retrospectivamente para tratar de demostrar las doctrinas eclesiásticas en boga durante los siglos X al XV. Incluso se sospecha que fueron alterados y hasta reelaborados los escritos de los llamados “padres de la Iglesia”, escritos cuyos originales algunos eruditos atribuyen a las plumas tardías de Eusebio de Cesarea y Osio de Córdoba, en el primer tercio del siglo IV, a raíz de la oficialidad o, más exactamente, de la instauración del cristianismo por decreto del emperador Constantino.

En el códice Sinaíticus no figura el capítulo 21 del evangelio de Juan, que narra la aparición de Jesús a los apóstoles que pescaban en el lago Tiberiades. Los exegetas han demostrado que este capítulo es, por fuerza, uno de los muchos pasajes añadidos a los evangelios originales. El capítulo anterior concluye diciendo que “Jesús realizó otras muchas señales que no están escritas en este libro”. Si tal era la conclusión del evangelio, sobra por lógica cualquier texto posterior. Este capítulo 21 resulta sospechoso además por la implícita defensa del primado de Pedro, cuando expresa que Jesús le dijo tres veces al apóstol que apacentase sus ovejas y sus corderos. Otro pasaje sospechoso es la narración de la pesca de los 153 peces por parte de los apóstoles. El 153, cuyas cifras suman 9, era uno de los números considerados mágicos en las antiguas religiones, tal como también lo era el número 17. Y precisamente la suma de todos los números comprendidos entre el 1 y el 17 da 153.

Es de notar asimismo que en los misterios de las viejas religiones se conmemoraba la muerte de ciertos dioses o humanos divinizados, así como su resurrección a los tres días, precisamente en el tiempo cercano al equinoccio de primavera. Tal es el caso de Osiris, Krisna, Dionisos, Mitra y muchos más. Por eso tantos expertos en religiones llegan a la conclusión de que la figura de Jesucristo se presenta como una amalgama fabulosa de aquellos seres endiosados que le antecedieron y que en realidad no existieron más que en la mente de quienes divulgaron las creencias que convenían al momento. Sin tratar de menoscabar la fe de los creyentes sinceros, la realidad es que no hay evidencia de que los textos evangélicos sobre la resurrección de Cristo y sus apariciones sean genuinos.

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